Última actualización el 2020/12/12
“El destino es un mar sin orillas.”
A. C. Swinburne
¿Cómo explicar la alegría que provoca contemplar por primera vez una obra de arte realizada por tu propio padre hace más de cuarenta años? El primer contacto que tuvimos con el óleo sobre lienzo titulado “RETORNO” de Enrique Gabriel Navarro fue gracias a una fotografía de su registro en el Patrimonio de la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia, con el número de inventario CARM 373, que aparece en el libro “Colección de Arte Moderno y Contemporáneo de la Comunidad Autónoma de Murcia” (1), y que incorporamos en el libro-catálogo de la Exposición “Enrique Gabriel Navarro – Antología”. Una obra de 1974 que nos llamó entonces poderosamente la atención por su mezcla de dramatismo y ternura, así como por su expresión ineludible del esfuerzo, la fatiga, la melancolía y otras impresiones que (nos) suscita concebir al ser humano como alguien sujetado a un constante retorno a sus vivencias, a sus dudas, a su desesperación, a su lucha y a sus orígenes.
Una muy grata oportunidad nos ofrece el MURAM con la fantástica exposición “ARTE ESPAÑOL EN LAS COLECCIONES DE LA CARM. 1950-1990. De la posguerra a las artes de la transición” , comisariada y coordinada por Juan García Sandoval y Elisa Franco Céspedes quienes, con la trascendental misión de dar visibilidad a nuestro patrimonio artístico que forma parte de las colecciones de la CARM, han seleccionado una espectacular muestra de la obra de artistas reconocidos de nuestra región, junto a la de otros famosos creadores a nivel nacional e internacional. Probablemente constituya uno de los eventos culturales de mayor belleza y de más valor artístico de los que vayamos a conocer durante el año 2017 en Cartagena y nuestra región.
Y he aquí que nos enfrentamos al cuadro “Retorno”, a su obra física, cuya contemplación nos incita una amplia variedad de sensaciones y de pensamientos. Sin duda, la intención del pintor no era solo expresar sus propios sentimientos y su vida interior en aquél momento. Creo que impregna en su lienzo un motivo en conjunto que obliga a cualquier espectador a tomar una postura de doble vínculo con la obra: por un lado, deleitarse con una figura de un marinero que se apoya abatido, casi colgado de ambos brazos –uno en la caña desgastada del timón, el otro en su rodilla- , en una noche incierta, pero aparentemente tranquila, sin más pretensión que deslizar la mirada entre los perfiles de su cuerpo y un fondo abstracto inusual y fascinante. Por otro lado, nos deriva a reflexionar sobre los sentidos de la expresividad de su rostro pensativo y triste, inseparable de la postura corporal que, al observarla con más detenimiento, nos refleja una cierta tensión y melancolía que supera el esperable desfallecimiento después de la intensa jornada en el mar.
¿Es un marinero joven? Por su tez y fortaleza corporal estaríamos convencidos de ello, según una primera mirada. Pero el gris intenso de su cabello nos (con)mueve hacia otra visión del sujeto ya como mucho más adulto, ya como joven encanecido por los sufrimientos vividos. Y los leves tonos bermejos de su frente nos llevan al dilema sobre posibles heridas pretéritas en su lucha con el mar.
En algunas ocasiones mi padre se enfrentó al reto de fusionar su creatividad manifestada en su obra mural –la configuración de la figura del marinero responde a muchos de los modelos de sus murales-, junto a su dominio de la técnica pictórica y su control de la paleta. Y, probablemente, estos ensayos plásticos intercalados en el desarrollo de su obra más expresionista y neofauvista, como la serie de flores abstractas, le permitían expresar con mayor desenvoltura sus inquietudes filosóficas y políticas en una época próxima a cambios sustanciales en la sociedad española (como lo fue el final de la dictadura en el año 1975).
Su admiración por el mar, su respeto por los pescadores de Cabo de Palos –con quienes tanto tiempo y labor compartía-, emerge con inmensa humanidad en todos y cada uno de los trazos y colores de este entrañable cuadro. Unos colores violáceos, azules y oscuros del cielo nocturno, confrontados a una gama de ocres de la orilla donde descansa el barco, que vamos a descubrirlos, también, en muchos de sus nuevos cuadros de esas mismas fechas inmersos en una explosión de colores de flores y paisajes abstractos. Denota, claramente, su honda sensibilidad y comprensión del valor de los hombres por sobrevivir gracias su esfuerzo, a su trabajo diario, a la superación de obstáculos y el sufrimiento de injusticias ya sea provocado por la naturaleza, ya sea por la sociedad en la que transitan. En cierta forma, esta visión del esfuerzo humano (y del compromiso consigo mismo y con los demás) se observará también en una impactante obra posterior como es El Arado.
Pero en este enigmático cuadro emerge, como una huella de pensamiento fugaz que trastoca sustancialmente la escena y le otorga la razón de su título, un trozo arrugado de papel en su lado izquierdo, salpicado de arena, como si lo hubiera dejado caer con desencanto la mano paciente del marino, en el que leemos lo siguiente:
“Retornaré a la ternura del mar tan dulce al hombre”
Swinburne
Sabía del gusto de mi padre por algunos poetas románticos y otros contemporáneos, pero nunca le había oído hablar de Swinburne. Y me lanzo a indagar quién es este autor y el origen de esa certera frase que enuncia un aspecto esencial de su propia vida como artista y como persona.
Algernon Charles Swinburne fue un poeta victoriano, encuadrado en la hermandad prerrafaelista con una obra muy polémica en su tiempo por abordar temas como el suicidio, el sadomasoquismo y la homosexualidad, siendo apodado como poeta de la decadencia. Retrata un mundo fundamentalmente nihilista. Y, en el contexto de sus obras que tratan del amor perdido, presenta al hombre como náufrago y arrojado al mar del tiempo.
Según el poeta Armando Roa Vial, «A. C. Swinburne es probablemente el gran «maldito» de la poesía inglesa del siglo XIX. Aparte de los elegiacos griegos y romanos, la atmósfera enrarecida de Baudelaire y el Marqués de Sade influyó decisivamente en su obra, uniendo fatalismo, turbulencia, rebeldía y sensualidad.» Y destaca de él: «… siempre al servicio del evangelio de la belleza, intuyó en el artista a un explorador de nuevas posibilidades de vida.»
En un breve ensayo de Roa Vidal titulado “Terra Inglesa: Anticipo para una antología de Swinburne”, encontramos la poesía en la que se basa el texto que incorpora Enrique Gabriel Navarro en el cuadro “Retorno”. Se trata de una versión en castellano de la obra original «The Triumph of Time», en el que hay una parte de esta poesía dedicada al mar, que comienza así en inglés:
I will go back to the great sweet mother,
Mother and lover of men, the sea.
I will go down to her, I and none other,
Close with her, kiss her and mix her with me;
Cling to her, strive with her, hold her fast
Desconozco si mi padre pudo tener acceso a la obra de este poeta en su lengua original. Y por ello, buscando referencias en castellano llego al texto literal de la versión muy particular que realiza Roa en su traducción, que es también sensiblemente distinto al texto que leemos en el cuadro. No obstante, era imposible que mi padre conociera la versión de este poeta chileno que presentó su ensayo sobre el poeta victoriano en 1999:
Retornaré a ti, madre generosa y dulce,
amante de los hombres, escondida bajo las aguas del mar.
Hasta tus profundidades descenderé, lejos de los hombres,
pugnando por besarte y fundirme a ti,
por asirte en un feroz abrazo.
Continúo mi indagación y encuentro que el poeta Luis Cernuda, uno de los admirados por mi padre, escribió el libro “Pensamiento poético en la lírica inglesa del siglo XIX”, editado originalmente por la Universidad de México en 1958 (la primera edición en España fue en 1986 en la Editorial Tecnos), en el cual analiza las ideas acerca de la poesía que se desarrolló en la lírica inglesa del siglo XIX, a partir del Romanticismo. En esta obra describe a Swinburne como antiteista, republicano, alejado del culto al deporte, influenciado por Sade, y pone en palabras de este poeta: «Recuerdo haber tenido miedo a otras cosas pero al mar nunca.»
La versión en español que Cernuda hace de los versos sobre el mar de “The Triumph of Time” es la siguiente:
«Volveré a la grande y dulce madre,
Madre y amante de los hombres, la mar.
Iré a ella y a ninguna otra,
Unido a ella, besándola y entrelazándola conmigo,
Asido a ella, luchando con ella, reteniéndola.»
Aun contando con la posibilidad de que hubiera conocido mi padre esta obra de Luis Cernuda, no me doy por satisfecho. Y me tropiezo, a continuación, con el poema “Los Argonautas” de Carlos Clementson incluido en su obra «Los Argonautas y otros poemas (1974-1975)” de Ediciones Escudero, Córdoba, 1975. Y recopilado, posteriormente en la obra “Las olas y los años: (1961-1982)” publicada por la Editora Regional de Murcia, en 1986, en la Colección Poesía nº17. Carlos Clementson es un poeta cordobés que vivió sus años universitarios de juventud entre la luz y los colores del paisaje de nuestra región y nuestras costas, a las que llegó su abuelo, un joven inglés procedente de la india, afincándose en Cartagena por el año 1870. Este poeta, buen amante de la pintura, incluye en la página previa a su poema, como epígrafe, el siguiente texto:
«Retornaré a la gran ternura materna del mar,
tan dulce al hombre…”
A.C. Swinburne
Y en él si veo reflejada la fuente concreta posible que el pintor Enrique Gabriel Navarro utilizara para incluirlo en el cuadro “Retorno”. Digo posible, pues aunque este libro se publicó en 1975, no descarto que tal poema se hubiera publicado antes en 1974 en alguna de las revistas de poesía, literatura o de carácter cultural de nuestra región, en las que Clementson participaba.
En mi pesquisa con el ánimo de desentrañar una fuente literaria plausible para justificar un potencial referente de esta nota en el cuadro, vislumbro las palabras de Octavio Paz (2) cuando expresa: “la traducción de un poema es una labor inversa a la de la creación poética cuyo resultado es una reproducción original en otro poema que «no es tanto su copia como su transmutación. El ideal de la traducción poética, según alguna vez lo definió Paul Valéry de manera insuperable, consiste en producir con medios diferentes efectos análogos.»
En este tránsito de textos en los que navego fugazmente, me asombra comprobar que, de igual manera, nosotros cuando intentamos explicarnos el significado, las sensaciones o la naturaleza singular de una obra de arte, efectuamos cierta suerte de labor inversa a la de la creación del artista, y nos agarramos a su vez a medios diferentes, muchos de ellos son los más cercanos y fáciles de utilizar; sin embargo, considero que en nuestra tarea de desentrañar y comprender la esencia de un cuadro nunca lograremos un efecto análogo al impacto interior y la serie dispar de sensaciones que nos provoca su contemplación. En este trayecto de nuestras interpretaciones del arte, y de nuestras vidas, probablemente nos topemos, como dice A. C, Swinburne, con que “El destino es un mar sin orillas.”
NOTAS:
(1) Caridad de Santiago, Fulgencio Madrid (coords.): Colección de Arte Moderno y Contemporáneo de la Comunidad Autónoma de Murcia. Edit. Dirección General de Patrimonio, Consejería de Hacienda y Fomento. CAM Fundación Cultural. Murcia, 1992.
(2) Bianco, José. “Producir, con medios diferentes, efectos análogos”, suplemento “La opinión cultural” de "La Opinión" (21 de setiembre de 1975). Posteriormente en "Sur" 338-339 (dossier “Problemas de traducción”) (enero-dic. de 1976).