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El instante de fotografiar los cielos

Última actualización el 2023/11/09

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Una imagen no vale mil palabras. Puede suscitar múltiples ideas, rememorar otras imágenes de nuestra memoria, representar fehacientemente un hecho indudable, ineludible, claro y evidente a los ojos de cualquiera; pero no sustituye a las potenciales mil palabras que nos permitan describir o, más exactamente, interpretar lo que observamos en ella.

Una frase, un verso de un poema no vale mil imágenes. Aunque podamos visualizar una multiplicidad enorme de imágenes en nuestra mente; figuras suscitadas por el sentido o los significados potenciales que sus conceptos y sus palabras, escritas en un orden, un espacio y una cadencia singular, puedan provocar en la persona que las lee.

Nuestra visión del mundo y nuestra concepción de la naturaleza (cada vez más amenazada por el cambio climático, más distorsionada por la densa vida urbana y por la intensa vida tecnológica que nos acelera nuestras miradas y no facilita los pensamientos sosegados), se caracteriza porque reconocemos con cierta normalidad las formas, las dimensiones y los colores de los territorios naturales que nos rodean, ya sean nuestros campos, nuestros bosques, nuestros prados y los cursos de nuestros ríos. Su transformación a lo largo de la historia, de nuestro desarrollo vital como seres humanos, se produce a un ritmo lento que nos permite identificarlos como reconocibles en nuestro devenir, cada vez que los miramos. Aunque por los lamentables efectos del cambio climático vayan a convertirse en un panorama penoso en breves años.

Pero una particularidad del entorno medio ambiental en el que vivimos reside en lo efímero de cada escenario de los cielos que cubren nuestra existencia cotidiana. Podemos reconocer, en líneas generales, las formas de las nubes y los tonos que suelen ser más habituales en nuestros cielos y a los que estamos acostumbrados en nuestro hábitat local. Sin embargo, cada una de las escenas que observamos en nuestros cielos son endiabladamente momentáneas, su repetición idéntica es imposible hasta en breves plazos de tiempo. Lo efímero de su existencia nos suscita tanto un enorme placer visual o un desagrado, lo bello y lo siniestro, como nos incita inconscientemente a meditar o sospechar sobre lo efímero de nuestras vidas.

En cierta manera un verso o un poema en su conjunto nos impele a sentir placer o malestar en la medida que logra alterar o sugerir en nuestras mentes los posibles sentidos de las ideas y sensaciones que suscita. Un poema queda registrado en algún soporte escrito de tal forma que nos permite recuperarlo en el tiempo, y su composición y estructura se mantiene estable conforme a lo creado por su autor/a.

Pero el momento especial de su lectura por cualquier persona lo convierte en un acto único en el cual se juega, a su vez, lo efímero de nuestros sentimientos. Tenemos la capacidad de rememorar a veces las sensaciones y emociones vividas en un momento anterior que estimulan las palabras utilizadas en su creación poética. Pero es en la interacción precisa con quien lo lee, el hecho mismo de sus nuevas vivencias y sentimientos suscitados que provoca su ojeada o recitación; lo que no evita su carácter eminentemente efímero.

Confrontar las imágenes de los cielos de nuestro entorno más próximo, con el tratamiento diverso que la poesía, como en este caso, de los y las poetas de lengua francesa han otorgado a este acontecimiento de la naturaleza, responde a la necesidad de reflexionar sobre lo efímero de la belleza, y lo efímero de aquellas sensaciones y visiones que poseemos de nuestro mundo.

Estas fotografías de los cielos del entorno de Cartagena son imperfectas. Quizás, ante cualquier instantánea de los cielos, podríamos asegurar que siempre será imperfecta por lo puntual, específico y momentáneo de cada escena compuesta por nubes, colores y rayos celestes y solares. Ciertamente, el fotógrafo cazador o buscador de nubes y de atardeceres adoptará mecanismos y procedimientos que le permitan llevar a cabo la instantánea más espectacular de un cielo determinado, y aplicar las herramientas de edición más adecuadas para lograr el máximo de perfección en sus detalles. Frente a esta posición más técnica y profesional, las imágenes reunidas en la muestra de fotografías y textos titulada LOS CIELOS Y LA POESÍA responden a cielos «encontrados», no buscados. Las imperfecciones de su factura son herederas de esta condición, la mayoría de éstas han sido captadas por un teléfono móvil. Y el sentido «efímero» de su producción constituye un aspecto sustancial.

Por otra parte, la poesía, en cierto modo, también es un arte imperfecto que logra su objetivo cuando el lector hace propia las palabras manejadas por el autor para expresar una variedad de sentimientos. O cuando impele a quien lo lee a efectuar un leve corte o pausa en su comprensión lectora inicial para danzar, entre metáforas y metonimias y una miríada de símbolos, sobre los vericuetos de sus conceptos.

En su obra “Fedra”, Platón expresaba: “El espacio que se extiende sobre el cielo aún no ha sido cantado por ninguno de los poetas de este mundo y nunca será cantado con dignidad.” ([1]) La admiración ante la belleza de los cielos de este filósofo, que explicó cómo el impacto de las luces y las sombras nos puede distraer a los seres humanos con una realidad engañosa y aparente, quizá le obligó a exaltar enormemente tal virtud. Pues a lo largo de la historia, encontramos bellos acercamientos de los poetas a la idea y la visión espléndida de los cielos. Pero, ¿se los ha tratado con dignidad? ¿Cómo podemos asegurar que la expresión de un verso o un poema sobre los cielos consigue ese honor?

El gran escritor y ensayista John Berger decía que «una fotografía aísla las apariencias de un instante inconexo. Y, en la vida, el significado no es instantáneo. El significado se descubre en lo que conecta y no puede existir sin desarrollo.» ([2]) En este mundo tecnológicamente acelerado y ahíto de insatisfacciones y de sufrimientos podríamos preguntarnos: ¿Hay algo tan lacónicamente bello como un cielo en particular? ¿Hay algo tan inútil desde el punto de vista economicista que hacer fotografías de los cielos? ¿Qué papel otorgamos a la apariencia captada de un momento dado de nuestros cielos? ¿Cómo lo conectamos con nuestra vida sin una mínima narración que le dé sentido, más allá de su impacto estético?

Las palabras que utilizamos para comunicarnos con los demás surgieron de la interacción de los humanos con las imágenes que captaban del entorno; las primeras palabras intentaban asemejarse al sonido o a las formas y colores que proyectaban los objetos y los paisajes de nuestro ámbito.  Como expresa Pedro Olalla: «A veces, fue un sonido lo que nos sugirió la creación de una palabra; a veces fue una imagen. Para entendernos de manera intuitiva -de manera instintiva-, fuimos proyectando los rasgos de una cosa sobre otra, los de un ser sobre otro; trasladando nuestras experiencias con el agua -con el aire, la piedra o el fuego- a planos más abstractos, como el niño que crece, una mano a lo nuevo, asidos con la otra a lo ya conocido; y, cuando dominamos ese osado juego, llevamos finalmente las imágenes del nítido paisaje exterior al vago e impreciso paisaje del alma.» ([3]). Y, en nuestra mente, la vinculación estrecha entre imágenes y palabras es lo que da pie a nuestros pensamientos y a nuestra capacidad de comprender y de imaginar y crear.

Las imágenes de los cielos constituyen un límite cotidiano de nuestra existencia, aunque no dediquemos mucho tiempo a mirar hacia arriba. No vamos a esperar respuestas clarividentes (más allá de confirmar el tiempo que hace en un momento, si llueve o bien hace sol) pero nos cuestiona irremediablemente sobre lo efímero de nuestras vidas, al mismo tiempo que ocultamos esa cruda fugacidad a través del grado de belleza que nos pueda sugerir su visión en un segundo.

Los cielos, sus variaciones y la complejidad de sus elementos cosmológicos, constituyen un ingrediente y un tema poético y estético de tal magnitud y perseverancia que se sitúa en la encrucijada de múltiples estilos y tradiciones narrativas de la literatura, más allá de los discursos científicos, filosóficos y teológicos. El uso del cielo como motivo en la literatura, y especialmente en la poesía, abarca una multitud de aspectos herederos de contextos diferentes, dada la diversidad de percepciones e impactos sensoriales que provoca en el ser humano y sus interpretaciones posibles.

Puede relacionarse con la explicación racional de los fenómenos meteorológicos, en la concepción de los cielos, sus variados colores, sus nubes, sus puestas de sol, etc.; pero también como alegoría de la naturaleza simbolizando lo fugaz y lo efímero (o lo precario, como expresa también algún poeta) así como la transformación constante del universo, del cosmos, del mundo. Como metáfora puede expresar lo misterioso, lo maravilloso, lo enigmático y el anhelo potencial de estar en otra parte, en otro espacio, en otro estado. También las imágenes dispares de los cielos pueden considerarse como figuras de proyección personal, de expresión de sentimientos íntimos, como reflejos del alma humana y productos de la imaginación, cuya expresión estética se convierte en arquetipo de la creación artística.

La fascinación que ha provocado el cielo y sus variaciones en los escritores es notable. Muy especialmente entre los autores franceses, cuyas referencias históricas en la poesía y la prosa poética la observamos en la obra de grandes escritores de muy diversas épocas como Victor Hugo, Baudelaire, Anna de Noailles, Paul Eluard, Max Jacob, Paul Valéry, Jean Genet, Jacques Prévert, Raymond Queneau, entre muchos otros.

En todos ellos el cielo y sus composiciones concita ideas y fundamentos estéticos de indudable valor, representando signos emocionantes, suscitando perspectivas profundas de los individuos en su contemplación, o bien abriendo caminos enigmáticos que la humanidad debe encarnar.

Los cielos y su observación constituyen, también un elemento y un acto habitual en nuestras vidas cotidianas. En muchas ocasiones nos deleitamos con sus singulares escenarios naturales y, en ciertos momentos, intentamos compartir con los demás nuestras impresiones y sensaciones al disfrutarlos. Pero en muy pocas ocasiones nos aventuramos a vincular esas sensaciones puntuales que nos provoca la mirada de los cielos con las palabras, ideas, conceptos o figuras que la literatura y la poesía traducen e interpretan en su creación narrativa.

Lo que pretendemos con esta exposición de fotografías y textos LOS CIELOS Y LA POESÍA es fomentar un diálogo de la fotografía de los cielos de Cartagena con otros códigos artísticos como es la poesía. La fotografía como medio de conocimiento espacial y de experiencia sensitiva ligada al contexto y al territorio de la narración textual más versátil, como lo observamos en la inmensa creatividad de lo poético.

En este marco, consideramos la representación fotográfica tanto como factor de emanación de pensamientos, como una herramienta instigadora del pensar sobre la naturaleza a la que ineludiblemente pertenecemos. El reto de esta exposición es que la fotografía de los cielos, como paisaje exterior de las personas, quede impregnada en nuestras miradas y nuestra mente como huella simbólica y conceptual de nuestro paisaje interior; una huella que adopta otros sentidos al verse articulada con las palabras y expresiones de los/las poetas.

La pluralidad y la diseminación de nuestras miradas, y nuestros sentimientos ante los cielos cambiantes de nuestro entorno habitual, se transfiguran al contrastar nuestras sensaciones y sentimientos con la diversidad de lecturas que posee la esfera celeste.

La fotografía, como arte y como técnica, constituye un instrumento para armar nuevos dispositivos de comunicación artística. En este proyecto, el impacto que se pretende provocar entre el público es la confrontación de sus miradas personales y sus interpretaciones visuales de las imágenes de los cielos, con los textos de poesía de autores franceses o francófonos, cuya lectura suponga un estímulo relevante para la reflexión y el disfrute artístico.

Los cielos conforman hoy en día un eje ineludible en la mayoría de poetas y escritores actuales, especialmente entre los franceses, muchos de ellos desconocidos por los lectores de nuestro país. Pensamos que la elección de estos autores francófonos, confrontándolos con la versión de estos textos en nuestro idioma (traducidos por Jeannine Alcaraz), puede ser de especial estímulo para encontrar referentes que nos acompañen en las narraciones puntuales de cada visualización de nuestro medio ambiente.

Unos referentes que quizá nos iluminen, a su vez, para pensar nuestro mundo de otra forma. A disfrutar más contemplando a nuestros cielos y a leer algo más de poesía. Una asombrosa sugerencia final emerge de las palabras del poeta y astrólogo latino Marco Manilio (Siglo I d.C.): “Todos los animales buscan refugio bajo un cielo lejano. El mundo necesita otro mundo donde refugiarse.” ([4])

(NOTA: En esta exposición que se muestra en la Sala Dora Catarineu de Cartagena, del 20 de octubre al 10 de diciembre de 2023, hemos seleccionado poemas de los siguientes autores (el proyecto en conjunto consta de 20):

VICTOR HUGO, PAUL VERLAINE, JEAN GENET, ALBERT CAMUS, CHARLES BAUDELAIRE, JEAN-PIERRE LUMINET, MICHAËL GLÜCK, PARME CERISET, JACQUES BREL, CHANTAL DUPUY-DUNIER, BÉATRICE MARCHAL, MARIE-JOSÉE CHRISTIEN, JEANNINE ALCARAZ, THÉOPHILE GAUTIER, ANGÈLE PAOLI, MICHEL LEIRIS.)

REFERENCIAS:

[1] Jean Pierre Luminet. «Les Poètes et l’univers». Ed. Le Cherche Midi, Collection Espaces (Paris, 2012)

[2] John Berger. “Para entender la fotografía”. Editorial Gustavo Gili. (Barcelona, 2015)

[3] Pedro Olalla. «Palabras del Egeo». Ed. Acantilado. (2022)

[4] Jean Pierre Luminet. Idem.

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EL CIELO Y LA POESÍA – Jeannine Alcaraz

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[VIDEO] La exposición ‘Los cielos y la poesía’ fusiona las nubes de Cartagena con la poesía francesa.

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