Última actualización el 2014/02/24
INTRO
¿Cómo hablar de las sensaciones y pensamientos que me evoca una espléndida novela como lo es “La primera vez que no te quiero” sin reiterar las acertadas ideas y opiniones de quienes poseen la maestría de la crítica literaria? Más aún, cuando no pretendo en ningún momento ser crítico literario. Desde su edición en este verano, nos encontramos ya con buenas reseñas y críticas como la de Juntando más Letras y certeras entrevistas como la publicada en el especial de El Cultural , entre otras muchas de gran valor y sabiduría. [1]
Cuando Lola López Mondéjar me propuso afectuosamente que participase en la presentación de su novela en la Librería LER de Cartagena, el pasado 24 de octubre junto con la profesora Flori Celdrán, lo hacía sabiendo que sus obras no cesan de evocarme vitales sensaciones y provocarme una suerte de reflexiones más allá de lo estrictamente literario; como manifesté, por ejemplo, en mi lectura de su impactante obra “Mi amor desgraciado” . Aún con el riesgo de que mis observaciones se distancien de su personal visión de sus obras por el hecho, entre otros aspectos, de haber sido partícipe de la generación de jóvenes que describe en su novela. Tenía, además, el reto de esbozar unas ideas cuyas perspectivas fueran, en lo posible, complementarias o divergentes de la enternecedora lectura que Flori Celdrán nos ofreció en su presentación de esta novela.
Y comenzaba mi exposición así:
A los diez años Julia, la protagonista de “La primera vez que no te quiero” era extremadamente religiosa.
“Me metía en la iglesia al atardecer, cuando los fieles estaban ausentes y en el interior del templo se respiraba una exquisita tranquilidad, una atmósfera intemporal de nave a la deriva, con un sereno e íntimo olor a cera,…” p.53
Y rogaba al Señor y a la Virgen María que la convirtieran en una mujer hermosa, conforme a la belleza de su madre, ya que ella estaba convencida de que no lo era y, además, las reacciones de las personas de su entorno así se lo demostraban.
“… quería ser, exactamente, como imaginaba que era la señorita Rosario. Independiente, libre, sin familia, sin pasado, con una silueta de modelo y las uñas limpias y cortas al final de unos dedos larguísimos.” p.93
Yo en cambio tuve una suerte dispar, a esa edad (supongo que también iba a la iglesia, pero con desdén) construí en mi clase de trabajos manuales un junco japonés con palillos que supuestamente salió tan bien que mi padre me dijo que se lo regalase a Vicente Ros, su maestro de dibujo y pintura, quién para nosotros era nuestro “abuelo”, así lo llamábamos. Cuando se lo llevé me dijo que estaba muy bien, pero que debía saber que eso “no existía”, al igual que la mesa en la que lo deposité. Que lo que veíamos era nuestra particular imagen de aquél objeto, que su realidad era diferente para él y para mi, y para cualquier otro que lo viese. Que en la práctica cada uno construye con su mente las maneras de ver y de conocer las cosas que nos rodean, y que debemos pensar qué son realmente más allá de las apariencias.
No es muy ortodoxo, creo yo, ni quizá correcto, iniciar la presentación de una obra literaria confrontando unas vivencias sustanciales del drama de la protagonista con las experiencias particulares de quien les habla, pero les cuento esto porque si hay algo destacado que provoca esta novela al lector es volver a rememorar ciertos acontecimientos de nuestra historia personal, en principio, de forma inconsciente. Y, además, me sirve para mostrarles en qué forma esos pensamientos que recibí en la infancia junto a mi aproximación nunca completa al psicoanálisis y a los filósofos de la sospecha, me determinan para transmitirles algunas ideas y sensaciones que me evoca y me ha producido “La primera vez que no te quiero”.
UNA PARTICULAR ESTRUCTURA NARRATIVA
Para mí no es un puzle, a pesar de lo que en alguna otra reseña se indica. Aunque podamos concebir su estructura, aparentemente inconexa en su desarrollo, como un conjunto de piezas que emergen para ser encajadas a partir de cualquier esquina del tablero, ciertamente no son tales. Conforme avanzamos en su lectura contemplamos que hay lazos inevitables entre unas piezas y otras, pero que no tienen por qué encajar necesariamente de forma exacta, sin márgenes, sin huecos entre sí.
A mi entender, es un particular castillo de naipes, cuyas cartas, una a una apoyadas en sus aristas, van configurando una historia a borbotones, «sin solución de continuidad» (como le gusta a la escritora esta construcción como ya nos confesara en «Yo nací con la bossa nova»). Cada uno de esos naipes poseen una breve y profunda historia que, aislados individualmente, podrían constituir la base de uno de los atrevidos «petits fours» que nos ilustró en «Lazos de sangre», o bien un descomedido y amplio haiku de insondables efectos simbólicos y narrativos. La memoria funciona habitualmente de este modo.
Pero, como simple aprendiz heredero de la «filosofía de la sospecha», tengo que complicarles algo más mi visión: creo que podría tratarse de un castillo de naipes invertido, pues el vértice de su supuesta cumbre final se convierte, a su vez, en la punta de un cono imaginario desde el cual cada uno de los pedacitos de historia vital que narra la autora asumen cierta identidad propia y novedosa al leerse, alternativamente, en sentido inverso al de su orden en la novela.
Como si cada pieza constituyera una parte de los dibujos imposibles de Escher donde la belleza del conjunto no se cierra con un punto concreto de inicio o final. O como si se deslizaran entrelazados por una espiral que construye, desde la distancia, la imagen completa de alguien. A mi entender, el acto fundacional de esta novela es el amable final donde Julia, la protagonista, logra su mejor creación, no el principio atroz de un intento de la madre que pretende ahogarla cuando tenía meses en un ataque de locura. Sin embargo, me temo que estas ideas que les expongo no se consiguen entender sino cuando llegamos a la última página del libro. Hagan la prueba.
Esa no es la intención ni la estrategia de Lola López Mondéjar con su novela, claro está, pero creo modestamente que cuando una novela vitalista, de aprendizajes y de construcción de caracteres, de búsqueda incesante de identidad, permite lecturas pervertidas en cuanto a los órdenes establecidos, se convierte en algo más que una novela. Aunque no sé como denominarlo. ¿Una deconstrucción de la novela? No lo sé, no sabría definirlo bien. Pero si tuviéramos que replantearnos lo que se entiende habitualmente por una “novela redonda” con un carácter de historia en espiral, quizá este estilo por el que opta Lola López Mondéjar en su forma de narrar podría encuadrarse ahí.
GENERACIÓN DE LA TRANSICIÓN
Su momento se enmarca dentro de la generación de los jóvenes de la transición española, un periodo en el que comenzábamos a desarrollar una producción cultural propia, alejada de los esquemas de las generaciones anteriores. Las revistas contraculturales o undergrounds, de la época se convirtieron en espacios híbridos en los que la información musical se mezclaba con dossieres sobre drogas, medio ambiente, marginación o libertarismo, desarrollando en parte de la juventud una cultura política novedosa y participativa.
Se la calificaba como una juventud desencantada, aburrida, neutra, que en un momento clave de la historia de España optó por las experiencias lúdicas, por el ocio y el hedonismo. Determinados jóvenes manejaban unos referentes culturales e ideológicos muy diferentes a los de anteriores generaciones. Como expresaba Pepe Ribas director de la revista “Ajoblanco: “Pertenezco a una generación con mitos – Jim Morrison, John Lennon, Andy Warhol, Che Guevara – pero sin maestros”. En este proceso nos vemos atravesados por el contexto político, social y económico del final del franquismo e inicio de la transición.
En 1975 estudiábamos en la universidad el 5% de los jóvenes españoles, y en los años 80 el aumento de estudiantes de la enseñanza superior, sobre todo mujeres, fue notable. En ese mismo periodo intenta acceder al mercado de trabajo la generación más numerosa de jóvenes españoles, que en 1981 representaban un tercio del total de la población española. Con la irrupción de las nuevas generaciones de mujeres que intentan incorporarse al mercado de trabajo con unos niveles educativos sin precedentes. En los años 80 un alto porcentaje de los parados eran jóvenes, afectando en mayor medida a las mujeres que a los hombres. Emergía la falta de perspectivas laborales como causa del pasotismo, al tiempo que aparecía el odio al trabajo como ejemplo contracultural de crítica a la sociedad burguesa. El desencanto entre los jóvenes, fue un sentimiento de desafección hacia el mundo, hacia la imposibilidad de cambiarlo.
Tras la muerte del dictador el sueño revolucionario del antifranquismo, de las organizaciones de izquierda se diluyó ante el formalismo de la Transición, supuso el fin de la utopía. Para Julia, la protagonista de la novela, una de las señas dolorosas que observa y sufre en esta lucha por las libertades y por otra clase de cultura, no reside tanto en los efectos de ese desencanto, que están presentes en la novela. En su relato lo penoso era comprobar como, a pesar de la invitación a otras formas de pensar y de actuar conforme a los nuevos aires de la contracultura y nuevas conciencias políticas, los chicos y los hombres que concurren en este periodo, mantenían conductas y actitudes machistas reproduciendo en gran medida los estilos heredados de nuestros padres.
“Mis amigos hablaban de las mujeres con cierto desprecio, como si fuesen incapaces de imaginar que tenían un alma por dentro.” p.35
“Los hombres no sabían las mismas cosas que nosotras.” p. 161
“A pesar de la sabiduría de mi cuerpo, la revolución me obligaba a desprenderme de él.” p. 126
NOVELA FAMILIAR Y MELANCOLÍA
“El pasado nunca es igual a sí mismo. Sus versiones dependen del momento del presente en el que volvamos a él ,,, ”
Freud escribió un artículo llamado ’La novela familiar de los neuróticos’ donde explica las fantasías por el sentimiento de exclusión que todo niño experimenta en el transcurso de su maduración.
Separarse de los padres es fundamental para el crecimiento del pequeño, pero este proceso no está exento de dolor. En un primer momento los padres son su universo, en ellos cree y a ellos quiere parecerse. Pero, con el desarrollo, estos padres idealizados de la primera infancia serán destronados. El niño irá conociendo a otros padres y, comparándolos con los suyos, comprobará que no son maravillosos. Así los padres irán teniendo virtudes y defectos y el niño podrá ir abandonándolos como únicos amores para poder relacionarse con otras personas, fuera del ámbito familiar.
A la historia propia de la familia que el sujeto relata no la equiparamos con la de la realidad histórica objetiva o con la verdad material, sino con la realidad individual abierta a nuevas experiencias en la que cada uno va encontrando y perdiendo lugares en una reconstrucción continua. La historia familiar no es una verdad inmutable, pues la significación creativa de las producciones fantaseadas destaca que de la familia con la que se convive y de la ficticia surge la propia historia familiar. El reto que tenemos los mortales es disponer la habilidad y la sabiduría para transmitir esas historias familiares fantaseadas con suficiente creatividad, y Lola López Mondéjar es toda una artista en estos procesos creativos, incluso enfrentándose a los supuestos destinos y el necesario recurso a la descripción certera de los acontecimientos de Julia.
“Odio esas palabras que no saben atrapar el horror de mis primeros años, que me dejan a solas con él, que no lo destruyen de una vez para siempre.” p.27
“Me pesaba ese saber anticipado de mí misma que constreñía la libertad de ser otra cosa que un eslabón en la cadena de una historia escrita de antemano.” p.142
“Lo familiar era la calle donde se emplazaba mi casa, de una fealdad tan ostentosa como el pueblo todo. Una calle sin historia.” p. 153
“La verdad, no hay cosa que más se contradiga con el tiempo.” p.171
Entre los avatares de la construcción de su identidad mediante el devenir sentimental, vinculado al ansia por el conocimiento, en la historia que nos cuenta Julia, surge la melancolía en muchas escenas y relatos, pero su peso en estas narraciones creo que van más allá de la intención de transmitir solamente esas sensaciones de tristeza o duelo vividas o fantaseadas por la protagonista. Lo que nos transmite de forma radical, es que esas vivencias de melancolía, alternadas de momentos de gozo y alegría, responden a las sucesivas fases de aprendizaje que va superando a trompicones desde su infancia. Como señalan algunos psicoanalistas, no hay aprendizaje sin melancolía, sin la elaboración de la pérdida de nuestras ideas y conceptos previamente adquiridos en nuestra mente y en nuestra interacción con otros. ¿Hay otra forma de recomponer el caos que envuelve la evolución de nuestras vidas? Nuestros lazos con los demás pueden garantizar soluciones fructíferas, pero siempre nos acompañará cierta aflicción y penas, y ello forma parte de la naturaleza de esta novela. Sin ese proceso, no se entendería el final donde nos regala un claro momento de felicidad que colma de sentido a la protagonista.
“El duelo se resuelve elaborando la pérdida a través de una identificación.” p. 126
VIAJES, LÍMITES Y CONCEPTOS
La decisión de salir, de emigrar, de viajar era algo consustancial a los jóvenes de nuestra generación reflejados en esta novela. Primaba el deseo de conocer otros modelos de sociedad para intentar incorporarlas en nuestra comunidad obsoleta heredada de la dictadura, junto al ansia de experimentar nuevas sensaciones, de sentirnos vivos con menos límites de los que nos rodeaban entonces, y como escenarios de nuevos aprendizajes y conocimientos.
“Era necesario viajar para descubrir la naturaleza no escrita del mundo” p. 107
Aquí aparece, por poner un ejemplo, la Estación de Portbou: era un destacado lugar fronterizo para los jóvenes de la transición, los márgenes físicos y mentales asociados a las fronteras, a esos espacios del límite de nuestra sociedad, nos provocaban vivencias tanto felices como turbulentas. En nuestro imaginario Portbou era el límite de un país penoso por la dictadura y, a la vez, la esperanza del paso (como un atractivo ritual) hacia otros territorios de alegría, de dignidad humana, de democracia, de más amplia participación política, de libertad, de conocimientos plurales. Portbou aparece en momentos cenitales del drama de Julia, y la frontera adopta un destacado papel simbólico.
“La frontera como lugar de intercambio, peligroso y fructífero al mismo tiempo, un lugar sin estatuto, un no lugar.” p. 161
Varios de nosotros hicimos aquel trayecto a Italia en la misma ruta que hizo Julia en aquéllos años. Y quizá por casualidad o por cierto destino que afectaba a los de mi generación que osábamos atravesar esta estación o permanecer en ella algunas horas en el tránsito de trenes, algunos vivimos unas experiencias con matices insólitos. En aquéllos años, casi todos éramos muy apasionados y, también, jovialmente crueles. Y eso se manifestaba casualmente en el paso o las proximidades de la frontera.
Y aparecen otras ciudades: Venecia: la ciudad sueño, la ciudad culta, la ciudad teatro, la ciudad dialogante y enseñante. Milán: La urbe impactante, que agobia y que seduce, lugar de aprendizaje intelectual, y proletario. Uno no puede estar en Milán sin hacer nada, La supervivencia laboral puede resultar apacible gracias a la consecución de unas fregonas o a un error en el destinatario ausente de una llamada de teléfono. París: La gran ciudad de la cultura impactante, los cafés infinitos, y tiernas conversaciones.
Conforme todos estos viajes se apropian de la aventura de Julia, paralelamente se ve impulsada a reflexionar sobre conceptos que le faciliten el entendimiento y la comprensión de lo que sucedía en nuestro entorno y a nosotros mismos como sujetos. Indagando la esencia que definiera su razón de ser como mujer, como persona. Aunque muchos de esos conocimientos no sirvieran para resolver las prácticas más comunes.
“Me prometí indagar, convertirme en investigadora y buscar la fuente de ese ritmo fatal y primigenio que vinculaba la alegría con la tristeza sin que pudiera hacer nada por evitarlo” p.16
“Vivíamos en un mundo de conceptos.” p.54
“Dicen que los tejidos, al igual que las personas, tienen memoria” p.16
“Yo era analfabeta, manejaba los conceptos con soltura, asociaba, pensaba, pero no poseía aún el manejo de ninguno de esos idiomas. ¿Qué lengua me acogería?, ¿cuál sería mi auténtica y definitiva lengua materna? p. 99
“Aprender significaba también,…., suspender momentáneamente la independencia del pensamiento.” p. 228
“¿Por qué el conocimiento no servía por sí solo para cambiar el mundo?” p. 207
“…, asociando las teorías de unos y de otros en un placentero banquete intelectual que me mantenía a buen recaudo de la decepcionante praxis.” p. 213
“La locura era eso: el inesperado desbordamiento de los contenidos de nuestras maletas internas.” p. 226
PAREJA MÍTICA, PAREJA INFIEL, DESAMOR
En su lucha por su propia identidad, marcando distancia frente a las convenciones establecidas, Julia se embriaga con el “Señor Oscuro”, quien constantemente le refleja en su confusa identificación que él y ella son como Simone de Beauvoir y Sartre, una pareja laica y libres entre sí para mantener relaciones con otros/as. Un modelo, relevante, rompedor en aquéllos años de la transición española, al cual debíamos otorgar pleitesía.
“… Te quiero solo a ti. Somos como Sartre y Simone de Beauvoir.
Entonces yo cogía mi dolor agudo y lo amordazaba, lo escondía en algún lugar desconocido de mí misma, y le sonreía.
Cuando él se marchaba, el dolor agudo volvía intacto, solo para mí.” p.15
Lo que no sabía Julia (ni nadie de nosotros entonces en aquéllos años) es que Simone de Beauvoir mantuvo amores con otros “de una felicidad afrodisíaca de la que carecía su relación con Sartre, al que consideraba nefasto en la cama, un hombre que, por un lado alardeaba de sus alumnas conquistadas entre sus amigos, pero según sus palabras “al que no le interesaba la sexualidad”. [2]
Lo que Simone de Beauvoir no quería traicionar bajo ningún concepto era la imagen que formaba con Sartre, la leyenda que había tejido con él: el mito de la pareja libre y laica. “Es mucho más fácil traicionar a una persona que traicionar un mito, y el mito que formaban juntos era en realidad lo más importante” [3]. ¿Acaso Julia (y como ella, muchas jóvenes de la transición española) intentaba conseguir y proyectar en su desgarradora relación con el Señor Oscuro esa imagen de mito de lo que debía ser una pareja ideal – si no perfecta- a diferencia del modelo tradicional? El tiempo y los hechos van desmembrando esa visión idílica, como ella misma reconoce ante el mago de la plaza:
“El mago decía: – La lingua s’impara a letto.
Pero en mi cama solo entraba el Señor Oscuro, que apenas hablaba un castellano monosilábico.” p. 65
Y todo ello se gesta paralelamente a un matrimonio pleno de afecto y cordialidad pero ausente de pasión. Que la protagonista atribuye, en parte, al lastre que provoca la identificación con su madre, de la que detesta su religiosidad y la dependencia de su marido, su padre:
“Mi conducta alternaba entre la sumisión amorosa de mi madre y la torpe imitación del Señor Oscuro. … siguiendo los pasos promiscuos…” p.238
“La seguridad doméstica me producía náuseas.” p. 239
Julia termina reconciliando sus lazos sociales y ajustando respuestas con cada uno de los hombres con los que entabla relación, pero no escapa en su drama a lo que señala J. Lacan: “Amar es dar lo que no se tiene a alguien que no lo es”[4]. O, expresado desde otra óptica, como dice A. Dolina: “El amor depara dos máximas adversidades de opuesto signo: amar a quien no nos ama y ser amados por quien no podemos amar”.[5]
UNAS NOTAS,… PARA NO TERMINAR
Desde el discurso psicoanalítico se afirma que la fantasía literaria es una clase de autoterapia: sirve para la catarsis de los componentes fantásticos que luchan por objetivarse en el escritor y, además, provoca una modificación en el autor en el mismo proceso de componer el texto de su obra.
Lo que consigue Lola López Mondéjar con la suerte de micro relatos intercalados en su novela en torno al eje de la identidad de la protagonista, es suscitar esa catarsis y un sutil cambio en las emociones del lector y en la manera de afrontar los escenarios sucesivos de una mujer que construye su autonomía y su independencia.
En esta aventura, como expresa O. Mannoni[6], “la escritura siempre contiene, aunque lo oculte, la huella de un deseo que no tiene nombre verdadero».
“Creo que para mí la excelencia en la vida de una mujer no era otra que vivir sin ningún hombre al lado, exactamente como hacían las monjas de mi colegio,…,
…, llevando una vida tranquila e independiente, dedicada al conocimiento y a la ciencia.” p. 110
FANTASÍAS QUE ME EVOCA
Les relato a continuación, para finalizar, algunas de las fantasías que emergen en mi imaginario a través de esta novela rememorando épocas pretéritas:
Una niña enfrentada a su identidad oscurecida por una familia distante a sus deseos pero no distinta del entorno de su territorio, que intenta desesperadamente alcanzarse, indagarse, conocerse y desearse, como si intentara abarcar toda una gran escultura de su propia cara, de su propio ser, un cuerpo oscuro, por crear, por descubrir.
Mira a su alrededor buscando respuestas entre sus padres, entre sus familiares, y va reconstruyendo parcialmente su visión del mundo, pero no llega a abarcarlo (ni abarcarse). Y se convierte en una adolescente que intenta buscar un lugar en el cual ser aceptada como mujer.
Me veo ante una universitaria en busca de conocimientos que permitan construir su carácter como revolucionaria, además de lograr una sólida profesión sin caer en los formalismos al uso. Cuestionando por vías alternativas de aprendizaje los saberes establecidos y la insustancial acomodación institucional. Y observo que ninguno de los jóvenes que me acompañan, ni yo mismo, somos capaces de incorporar en nuestra manera de actuar y de pensar un estilo razonable, generoso y respetuoso con las chicas.
Me veo en un viaje a Venecia a un congreso de psicología en el que Julia, la protagonista, intenta sortear las trampas de una lengua extranjera, y las trampas de un supuesto amante. Yo en cambio, ante tales confusiones y alguna amargura, huyo por las calles y puentes de Venecia embelesado como Clara, la protagonista del cuento “Las invitadas” de la obra “Lazos de sangre”, en dirección al “Il Paradiso Perduto” un local peculiar, en el que podías escuchar buena música de algún cantautor al mismo tiempo que degustabas una ensalada de lentejas e intentabas seducir a unas bellas italianas con el Chianti y la Grappa del Trentino, aprendiendo que mientras yo intentaba hablar de Gramsci, ellas respondían con Pavese y ahí acababa todo.
Aparezco en una góndola, intentando mantener jocosamente el equilibrio en aguas movidas por los avatares de nuestras teorías, de nuestros maestros, de nuestros aprendizajes, de nuestros sentimientos. Y de pronto esas ideas y sentimientos se transportan desde las aguas de los canales venecianos hacia los “navigli” de Milán. En esa zona vanguardista de Milán creo ver a Julia y sus amigas disfrutando de la música de Dalla o Vinicius de Moraes, olvidando por momentos los acontecimientos más pesados de sus trabajos precarios, riéndose de las escapadas de los controladores del tranvía, soñando juntas la seducción de algún italiano atractivo y arrogante. Metabolizando entre las copas y los helados una separación, un desgarro afectivo y la enseñanza de la distancia entre amigos que un día dejaron en otras ciudades.
Y el flujo (sin solución de continuidad) de esos líquidos sentimentales y de conocimientos aparecen finalmente en la fuente de una plaza donde Julia está apunto de dar a luz a su hijo y habla mientras pasea con otras mujeres embarazadas que le transmiten su deseo y su inquietud por las criaturas que van a nacer. Julia las escucha y presiente que en breve, frente a un continuo amor sin solucionar, una continua búsqueda de soluciones para escapar a la familia, va a sentirse la mujer más feliz en este aprendizaje soluble continuo y creativo.
“Y, sin embargo, me querían.” p. 252
Cuando terminé de leer la novela de Lola, no pude impedir el impulso de escribir esto en el muro de su perfil en Facebook:
Sabes que soy un lector lento. Pero me has cambiado mis hábitos pausados. De madrugada, terminé después de dos noches ineludibles tu preciosa novela «La primera vez que no te quiero». Finalizaba, ¡cómo no!, con la música deliciosa del clarinete de Dalla, en su magistral y particular versión del tema de Carole King. Podría decirte más cosas. Pero ahora solo quiero abrazarte, sin solución de continuidad…..
Lean la novela “La primera vez que no te quiero», lean a Lola, y verán como una pequeña parte de sus respectivas vidas emerge sin darse cuenta, a veces, y se cuela entre los intersticios de esa serie de naipes, de esos trozos que crean esta apasionada historia, formando parte inseparable de ellos.
Banda Sonora de la novela
“La primera vez que no te quiero”
en Youtube:
www.youtube.com/playlist?list=PLSlDZ5pCOZDlcoBAm0q6ONub5_oYnbX-T
REFERENCIAS:
[1] Las entrevistas y reseñas de esta obra se pueden consultar en el sitio web de la autora: www.lolamondejar.com/prensa/index.htm
[2] Jesús Ferrero (2013) “Simone de Beauvoir, mito y realidad” www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/jesusferrero/blog/?p=217
[3] Jesús Ferrero (2013) “Simone de Beauvoir, mito y realidad” www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/jesusferrero/blog/?p=217
Gabriel Navarro, Lola López Mondéjar y Flori Celdrán en Librería LER de Cartagena. 24/10/2013
A mi me paso lo mismo. Leia la novela y volvia a pensar en mi infancia, en mi adolescencia, en mi pasado. He vuelto a evocar momentos, objetos y sensaciones olvidadas, por eso todavia no podido escribir un ensayo sobre esta fantastica novela, porque toca una fibra muy profunda y nos hace reflexionar.