Hacía tiempo que no me emocionaba tanto la lectura de una historia narrada de manera sencilla que, a pesar de lo insólito de sus acontecimientos y de una épica singular, conmina a reflexionar sobre el sentido de nuestra existencia, sobre la idea de solidaridad, la comunicación y el apoyo mutuo a través de la música, y las mutaciones de la naturaleza que podemos otorgar a nuestro propio ser como individuos, en un entorno violento y hostil. Entre las novelas que abordan el espíritu del pacifismo ocupa un lugar relevante EL ARPA BIRMANA (Biruma no tategoto) de MIichio Takeyama, una obra de 1947 que tuvo que sortear en parte la censura de la época de postguerra en su país, editada en España por Ediciones del Viento en 2004 (trad. de Fernando Rodríguez-Izquierdo Gavala) y reeditada en 2009 en DeBolsillo.
Michio Takeyama, crítico literario quien en los años 40 traducía a Nietsche y Goethe al japonés, nos narra una historia original, muy vitalista y con un cierto toque exótico a veces, en un marco atroz de finales de la segunda Guerra Mundial, la cual se desarrolla en Birmania, en un territorio atestado de tropas japonesas que peregrinan sin rumbo claro acosadas por las fuerzas aliadas. Un país donde fallecieron más de trescientos mil japoneses. Destacan dos protagonistas en su relato, de un lado la llamada ‘compañía de las canciones’ cuyo capitán, un músico de profesión, mantiene alto el ánimo de sus hombres mediante la interpretación coral de canciones tradicionales, ya fuera en momentos de calma, ya en situaciones de riesgo frente al potencial enemigo. Esta compañía huye a través de las selvas birmanas para escapar hacia Siam desconociendo que se ha firmado el armisticio tras el alto el fuego. El otro protagonista es el cabo Mizushima quien destaca en su habilidad para tocar el arpa birmana. Entre sus destrezas, asumía el riesgo de ser avanzadilla para averiguar si existía o no peligro para la compañía a la hora de avanzar, tocando un tema musical diferente en su arpa birmana según el camino estuviera despejado o no. Finalmente la compañía es apresada. Y, ante la posibilidad de interceder y convencer a otra compañía japonesa resistente en una montaña de la inutilidad de su batalla, el cabo Mizushima es enviado a propuesta de su capitán y con la autorización del mando inglés a una misión de la que no regresa. Ante su desaparición sus compañeros anhelan su vuelta y se esfuerzan en localizarlo. Las esperanzas de la compañía crecen cuando ven a un monje birmano con gran parecido.
Obra sencilla, de lectura fácil donde la ausencia de figuras literarias muy elaboradas queda superada por la ficción global en su conjunto. La propia historia es toda una metáfora de la confrontación entre el sentido del altruismo en el ser humano y la superación de circunstancias tremendamente adversas, frente a la idea del hombre como ser preponderantemente eficaz y útil a su patria.
El pacifismo que transmite se apoya tanto en un lamento sobre la inutilidad de los muertos en una cruel guerra, como en las sorprendentes estrategias de supervivencia, a veces extravagantes, mediante el uso de diversos temas interpretados con el arpa birmana.
«Se oía sollozar a alguien. Enseguida, contagiados de tal tristeza, todos sollozamos. Pero no es que tuviéramos un motivo definido de tristeza o lamentación. Era simplemente nuestra sensación irremediable de abandono».
“al fugitivo se le hiela la sangre sólo de oír el viento”
La fanfarronería ligada a un patriotismo exacerbado de quienes se consideran valerosos en el seno de un grupo militar enfrentado a una inútil contienda, le lleva al protagonista a pensar las contradicciones y diferencias de nuestra conducta que potencialmente manifestamos en grupo o individualmente. Y defiende, en otros momentos, a quienes silenciosamente cooperan en provecho de la humanidad sin reclamar protagonismos especiales.
«Por muy caótico que nos parezca el estado del mundo, siempre hay personas que trabajan muy calladas y sin llamar la atención de nadie.»
La música no sólo interviene como hermoso medio de confraternidad, desahogo, o sosiego de los soldados de esta «Compañía de las canciones». También emerge una influencia sutil que en el entorno de los protagonistas, indudablemente hostil, va dejando su huella: «La canción que nos cantaron, aunque sonaba ruidosamente, aplicando bien el oído resultaba ser nostálgica. Continuaba sin interrupción, y cuando creíamos que había llegado al final, de nuevo se reanimaba, arrastrándose largamente. Era una larga y monótona lamentación en los trópicos.»
La obra nos sumerge en la importancia del “ser”, frente a la concepción reiterada en un contexto bélico de la significación de la «eficacia» para un ser humano, y como ésta última visión fue determinante en la idea patriótica de los japoneses para soportar esta guerra que finalizó con una tremenda derrota física y moral.
«Creo que si en Japón, durante la guerra, hubieran estado más en labios del pueblo canciones de calidad,…, y no tantos himnos bélicos vulgares como se pusieron de moda, se habría logrado que todo el mundo llevara su situación con más dignidad»
El ejercicio del arte, mediante la música del arpa birmana y los cantos corales, son una muestra de la reafirmación de estos hombres como seres humanos y de su lucha por su existencia con un sentido de entrega que va más allá de la bondad o no de sus interpretaciones musicales, y la singular transformación de su identidad como individuos. No deja de asombrarme, al recordar las últimas escenas de la novela, la creatividad del autor al construir esta narración sobre un soldado con un arpa.
Esta obra fue llevada al cine por Kon Ichikawa en 1956. “El arpa birmana” (The Burmese Harp), es quizás el trabajo de Ichikawa más conocido en el extranjero, y fue premiada en el Festival Internacional de Cine de Venecia y nominada al Oscar como Mejor Película de Habla No Inglesa en 1957. Esta película se distribuye actualmente en DVD por A contracorriente Fims.
En Youtube se puede ver, troceada en once cortes la versión original en japonés subtitulada al inglés. De esta película os dejo un gran tema “Mizushima’s Letter“ de la banda sonora original compuesta por Akira Ifukube.
Y para finalizar, os invito a escuchar la actuación musical del arpista birmano Wah Nei interpretando una pieza favorita de Aung San Suu Kyi, el 16 de junio 2012 cuando recibió el Premio Nobel de la Paz en Oslo.
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