Última actualización el 2017/09/23
Entre las incógnitas sobre qué conducta social adoptan los ciudadanos frente a los cambios sociales que surgen ante condiciones insatisfactorias, o frente a las diversas opciones políticas que aparecen en un momento dado como alternativas a los modelos tradicionales, destacan dos aspectos: por un lado, la complacencia por una mayoría de la población que continúa eligiendo a quienes ejecutan políticas que afectan negativamente a su propio bienestar, por otro, el potencial efecto multiplicador de ideas novedosas que son defendidas por colectivos minoritarios en el escenario político.
Sin duda hay muchos ciudadanos que, independientemente de cómo les afecte personalmente la gestión del partido político que han votado, volverían a elegirlo al coincidir con su ideología y sus mensajes. Pero también hay una gran cantidad de sujetos cuya conducta electoral viene determinada por la presión social de su entorno, por la necesidad de pertenencia al colectivo ganador y de identidad con su comunidad más próxima, a pesar de las dudas en las que se vea inmerso; o bien perciben este panorama con tal ambigüedad, que deciden abstenerse de votar o de participar en dirección contraria. Son procesos de acomodación muy humanos que, en parte, responden a lo que algunos sociólogos denominan efecto de “ignorancia pluralista”, como consecuencia de la deficiente interpretación del espectador de un suceso, causada por la confianza en lo que hacen o dicen los demás aún cuando nadie sabe realmente lo que está pasando.
La ignorancia pluralista aparece cuando prácticamente todos los miembros de un grupo de la sociedad rechazan en lo privado una idea, opinión o costumbre, pero creen que el resto de los miembros la aceptan de buen grado. Supuestamente este comportamiento se supera con la información de lo que realmente piensan y hacen los demás sobre un asunto. El acceso a la información que nos ofrece las tecnologías de la información permite que las situaciones posibles de “ignorancia pluralista” se sustituyan por un nuevo conocimiento compartido entre los individuos. Lo cual no implica que todo el mundo pueda resolver de facto sus percepciones distorsionadas de la realidad, pero permite procesos de movilización colectiva, partiendo de una insatisfacción con la situación existente, una aspiración de cambio, la convicción que eso puede ocurrir por medio de una acción conjunta y, por último, un compromiso personal basado en una aceptación de los fines y medios propuestos. Este proceso se agudiza cuando se identifica claramente a quienes son los culpables de tal insatisfacción. [1]
Cuando analizan la conducta del consumidor, desde el marketing social se propone crear un efecto sinérgico de medios que alimente al potencial comprador mediante un componente emocional permitiendo un más profundo enganche con la marca o el producto que se trate. Intentan canalizar su difusión a través de “influenciadores” que poseen altos niveles de consumo de medios, una predisposición social y amplio espectro de categorías de compras, una tendencia a investigar productos en Internet y a realizar recomendaciones a otros. Y cuando se combinan la TV, los dispositivos móviles y las redes sociales en forma selectiva, generan una ruta dinámica hacia la marca que ayuda a impulsar la decisión de compra. Es muy probable encontrar procesos similares en las estrategias políticas habituales.
Sin embargo, se produce un hecho significativo a consecuencia del impacto de las redes sociales y es que, aparte del papel potencial de los influenciadores más destacados, el mecanismo de diseminación y capacidad de inyectar confianza entre quienes participan en las conversaciones se amplía, hasta el punto de que aquellos que se encuentran en la periferia de nuestras redes sociales, con quienes nos unen lazos débiles en vez de los lazos fuertes que establecemos con nuestras amistades y familiares, se convierten en fuentes de información más relevantes de cara a modificar y flexibilizar nuestra opinión sobre un asunto, un producto o una visión política sobre la que tenemos que tomar posición. Estos lazos diversos nos suministran más información útil que nuestros lazos próximos, por ejemplo, para buscar un trabajo. De ahí que la estructura de nuestras redes sociales sea mucho más importante para difundir ideas que las características de las personas individuales supuestamente más influyentes.[2]
En muchas ocasiones los cambios de visión ante un problema en una comunidad no provienen directamente de alguien influyente sino de una persona normal, cuyo mensaje claro irrumpe y se propaga gracias a que los miembros de dicha comunidad constituyen una masa crítica de gente influenciable, debido a las condiciones sociales que vive como insatisfactoria. Tomando conciencia de una cuestión social que se interpreta como deficiente para nuestro bienestar.
Algo estudiado hace tiempo en el campo de la psicología social es que las minorías activas pueden cambiar a la mayoría si su discurso es coherente y sistemático. Investigaciones recientes demuestran que el porcentaje de población necesario para que esto sea así es del 10%, cuando los componentes de ese porcentaje poseen una creencia firme y la difunden de manera eficaz, sus ideas se extienden con rapidez.[3]
La emergencia en las últimas elecciones europeas de organizaciones progresistas que se acercan cada una por su lado a dicho 10% pero que, unidas o en coordinación, superarían notablemente dicho 10%, supone un cambio radical del panorama político de nuestro país. Y provocan una seria modificación en las tendencias electorales al estar apoyadas en planteamientos claros para resolver la grave crisis en la que nos han introducido los poderes financieros y unos políticos cómplices con este injusto modelo de gestión de lo público.
REFERENCIAS:
[1] Sobre esto hablamos con anterioridad en el post: “Inteligencia Colectiva frente a ignorancia pluralista”
[2] Adams, Paul (2013). “Grupos” . Editorial Anaya Multimedia. Madrid. (págs. 95 – 97)
[3] Según investigaciones del Rensselaer Polytechnic Institute, citado por: Reig, D. (2012). “Socionomía”. Editorial Deusto. Barcelona. (pág. 103)
(NOTA: Artículo publicado en diario La Opinión de Murcia el día 14/6/2014)
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