La precariedad constituye una parte notable de la huella más transparente que deja la juventud entre nuestras ranuras vitales, aquellas que emergen en las calles que transitamos y entre los rincones de nuestras casas. Se sabe, pero no la queremos ver, ni admitir. Ya no escapa a nadie que los jóvenes muestran las cosas tal y como como les venían dadas, sin margen de elección, y la narración de sus vidas no permite seleccionar testimonios destacables para construir un montaje visual atractivo para conseguir un mejor efecto en la mayoría de espectadores. No lo necesitan, pues muchos de ellos intentan configurar su presente enmarcados en una imperiosa subsistencia, paralelamente a la expresión de ciertos compromisos colectivos que la mayoría de los adultos dejan de lado para ahorrar esfuerzos personales que les mantengan siendo cómodos individuos.
En la publicación «Juventud sin futuro» (Icaria Editorial, 2011) Santiago Alba Rico nos señalaba que ‘Si hay un término que suena a propaganda es sin duda «juventud»’. Los clichés que circulan por todas partes sobre sus estilos de vida y sus clases de generaciones (Millennials, Generación Z, etc.) son traducidos a veces como revelaciones poéticas, para intentar admitir sus diferencias en nuestra sociedad y para diagnosticarlos acertadamente como potenciales consumidores, pero ello no cambia sus fulgurantes sentimientos de angustia frente al incierto futuro.
Lo que deriva de sus testimonios es el carácter inexorable de algunos procedimientos destinados a minusvalorar su papel en los pocos espacios de decisión que se ofrecen, y a fomentar la segregación que padecen en el mercado de trabajo. En España, en los últimos doce años el paro juvenil no ha bajado del 33%. Lograr su autonomía y emancipación como ciudadanos se complica en un sistema que se caracteriza por ser generador de dependencias, a causa de la inseguridad permanente y el obligado acoplamiento en espacios destinados a los sujetos prescindibles y desechables de la comunidad. El impacto de los datos oficiales y las estadísticas resulta insostenible, pero parece que no hace mella entre quienes ostentan el poder en sus diversos ámbitos. Se inician nuevos planes de empleo juvenil sin valorar suficientemente las causas del fracaso de los planes anteriores. La necesaria dación de cuentas sobre lo ejecutado por los gobiernos queda olvidada al pairo de otros acontecimientos de mayor calado entre el posible electorado fiel.