Nadie discute que la etapa de la adolescencia se ha prolongado, tanto al principio como al final respecto a lo que hace más de un cuarto de siglo se concebía como los márgenes de edades entre los que discurría este vital período del desarrollo humano. Por un lado la pubertad acontece a edades más tempranas donde los jóvenes manifiestan procesos madurativos más adelantados, mientras que en lo referente a las fases posteriores de salida, las posibilidades reales de emancipación y autonomía personal se ven afectadas por factores como la inseguridad y las fluctuaciones en la elección de itinerarios educativos dado un futuro incierto, los obstáculos para acceder dignamente al mercado de trabajo, junto a la incertidumbre que marca su precariedad y su durabilidad, y las dificultades de lograr una vivienda asequible, lo cual provoca períodos de vida más prolongados en el hogar de los padres y su dependencia económica.
Aunque en la literatura especializada en psicología se dice que esta etapa abarca la adolescencia temprana (aproximadamente de 11 a 14 años), la adolescencia media (15-17) y la adolescencia tardía 18-21), hoy en día se piensa que la adolescencia comienza en torno a los 9-10 años de edad, y se considera que su finalización acontece después de los 21 años. El hecho es que desde hace más de veinte años sabemos a ciencia cierta que no hay un momento claro o preciso para definir cuando un individuo ha alcanzado la edad adulta después de su adolescencia (Arnett y Taber, 1994).
Una de las líneas de investigación que abordan las nuevas vicisitudes de la adolescencia coloca su atención en las características cambiantes de los procesos de transición de la adolescencia a la vida adulta en diversos escenarios. Actualmente, muy pocos jóvenes pasan directamente de la escuela al trabajo, y la gran mayoría prolonga su formación con estudios complementarios o de educación superior y, quienes lo consiguen, desempeñan algunos deficitarios puestos de trabajo temporales antes de lograr un empleo más o menos estable. La constitución de una familia propia, o el acceso a una vivienda propia son metas inalcanzables para la mayoría de jóvenes que han superado los 25 años. Estas transiciones se alargan y son cada vez más problemáticas, especialmente para aquellos jóvenes procedentes de contextos desfavorecidos.
Dejar un comentario