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Con Matisse en la Alhambra

Última actualización el 2011/01/27

El color rojo es el correspondiente a la frecuencia más baja de luz discernible por el ojo humano. Y el hecho de que se emita en una onda más baja es por lo que constituye uno de los que más se retienen en la retina. Y en la memoria.

Sin duda ese factor no era desconocido por Henri Matisse pintor fundamental del siglo XX representativo e impulsor del fauvismo cuyos artistas consideraban que el color tenía que liberarse  respecto al dibujo exaltando los contrastes cromáticos y que lo fundamental en la obra pictórica residía en la expresión de sentimiento y de espontaneidad.

Quizá por su personal y expresivo afán creativo y por el efecto impresionante de sus lugares en su mirada, Matisse quedó impactado por los ornamentos y la multiplicidad de colores que pueblan en la Alhambra, «la roja».

El pasado día 15 de enero, un grupo de amigos del Foro Ciudadano tuvimos el inmenso placer de visitar la exposición “Matisse en la Alhambra”,
comisariada por Maria del Mar Villafranca directora del Patronato de la Alhambra y el generalife  y por Francisco Jarauta Catedrático de Filosofía de la Universidad de Murcia , quién nos otorgó a todos su sabiduría, su conocimiento de la historia y su buen hacer orador en una ruta pausada e ilustrativa de los dominios y ambientes más significativos de la Alhambra para entender los motivos y la esencia de esta exposición.

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Para todos es conocido que Picasso revolucionó la pintura moderna mediante la forma y Matisse hizo lo propio mediante el uso del color. Y paralelamente al disfrute de la visualización de sus obras, conocer los factores y los componentes que han influido en la gestación de su pintura suscita un especial interés. La emoción que provoca su obra pictórica se torna más profunda en el marco de una exposición en la cual, junto a elementos estéticos,  documentos, fotografías y objetos de indudable valor, se añade el buen hacer de la labor investigadora de sus comisarios.

A partir de la firma que Matisse registró en el libro de visitantes de la Alhambra el 10 de diciembre de 1910 Maria del Mar Villafranca inicia un proceso indagador que le llevó a la correspondencia que el artista mantuvo con su familia y amigos en esas fechas. Para tal empresa consultaron los Archivos de Matisse en Issy les Moulineaux, el archivo del  Museo Pushkin de Moscú y la sección de manuscritos y raros de la Biblioteca Beineche de la Universidad de Yale, que conservan la mayor parte de la correspondencia que mantuvo Matisse durante ese viaje.

En el curso de estas investigaciones se comprueba que “en la Alhambra el pintor queda fascinado por las formas decorativas y la luz filtrada a través de celosías en los espacios interiores palatinos y siente allí una gran emoción al contemplarlos, según revela en carta a su esposa”(1). Y que, aparte del impacto que pudo imprimir en el curso de su obra la visita que hizo en octubre de 1910 a una exposición de Obras Maestras del Arte Musulmán en Munich, su contacto con este portentoso lugar de Granada determinó en gran medida el desarrollo posterior de su obra.

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Conforme íbamos deslizándonos por sus diversos lugares como la Puerta de las Granadas, la estatua de Washington Irving la Torre de la Justicia , la Puerta del Vino , el Patio de los Arrayanes o el Palacio de Comares , y la Sala de los Abencerrajes , entre otros,  para finalizar inmersos en el Patio de la Acequia del Generalife, F. Jarauta nos regalaba una conmovedora y profunda explicación de cada hito histórico y de los aspectos artísticos vinculados a cada espacio y a los variados detalles de la inmensa obra de artesanos incógnitos y de arquitectos que bajo el impulso de la dinastía Nazarí pergeñaron este portentoso monumento. Argumentos y observaciones que nos llevan a destacar la importancia de la función decorativa en los fondos y la especial relevancia de lo ornamental en la obra de Matisse. En los entresijos de sus orientaciones, nos advierte que descendamos los escalones de cada patio con la delicadeza y parsimonia suficiente para dejarnos persuadir por su conjunto. Y nos permite comprobar, aspirando los aromas de sus jardines, que “en esta visita el artista entiende el monumento como un binomio perfecto entre arte y decoración…”(1), así como encontrar en Matisse la ineludible correspondencia de sus obras y los arabescos, artesonados y azulejos de los escenarios de la Alhambra.

En esta exposición podemos admirar, entre otras, obras fundamentales del artista  provenientes de la Colección Shschukin que nunca antes habían llegado a nuestro país, junto a unos tejidos que por su singular delicadeza, son obligados a reemplazar por otros de igual belleza y magnitud artística cada cierto tiempo en las acertadas vitrinas de la Exposición.

Ver a la “Odalisca sentada” (1926) en un rincón de la cuarta sala de esta exposición, enfrentada a varios elementos ornamentales de la Alhambra es una de las mayores sensaciones que he tenido al contemplar arte. En cierto momento de esta investigación “in situ” nos enfrentamos al hecho de que la “odalisca” para Matisse irrumpe incluso como excusa para acentuar el decorado, las telas, las tapicerías que enmarcan una figura humana rendida ante el color que la rodea.

Y nos ayuda a comprender que de su viaje a la Alhambra germina “una nueva manera de mirar. Las obras no estarán determinadas por la técnica y los materiales ni por los elementos iconográficos utilizados. … Matisse trasmuta el objeto para afirmar una nueva representación en la que domina lo visual”(2). Ante la narración de F. Jarauta al lado de cada obra de Matisse percibimos la labor artesana de de-construcción y reconstrucción que han realizado los comisarios de la exposición respecto del proceso creador de un artista quien, portando en su bolsillo un trozo de tela del comercio paterno desde su infancia (como una clase de objeto transicional secreto), trasciende su aprendizaje permanente con los impactos de los arabescos y las composiciones infinitas de colores de los ornamentos que el arte musulmán le presenta. Y cuyas trayectorias del pincel en los contornos no se cansan de imprimir sentido a los seres que enmarca. La forma, la esencia de quienes retrata, la otorga con rotundidad el color del espacio y objetos que les circunda. Mientras que escuchamos su discurso de profesor cercano a nuestra mirada frente a las obras de Matisse es cuando uno comprende el profundo significado de la frase nietzscheana: “Sin arte la vida sería un error”.

Contemplando su último cuadro: “Naturaleza muerta con granadas” (1947)  vemos que el entorno del espacio interior de la estancia es colorido, pero predomina el negro; aunque se observan trazos originales anaranjados, como si se hubieran ocultado con tesón dubitativo, y un símbolo de su identidad frente a la ventana cuya hoja puede abrirse o cerrarse. Algunos piensan que posiblemente fuera parte del preludio del artista ante su final. Y lo que me venía a la mente era la imagen de ese artista con el trozo de tejido que portaba en sus bolsillos, casi desde sus inicios, enfrentándose a la ventana de su cuadro final como manera de asir el tránsito hacia el otro lado.

Concluimos en la última sala con una suerte de transmutación intelectual de nuestro guía en el propio Matisse quien nos expresa la importancia que implica su afirmación: “La revelación me vino de oriente” (entrevista a G. Dile en 1947). Y con profunda sensibilidad, frente a la obra “Oceanía, el cielo” de papeles recortados, termina manifestando y reconociendo desde su interior, como el mismo pintor:

«L’orient nous a sauvé»

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NOTAS:
(1) María del Mar Villafranca: “Matisse y la Alhambra. Peregrinación a oriente” en Revista Descubrir el ARTE, Año XII, nº 140. Octubre 2010.
(2) Francisco Jarauta: “El Oriente de Matisse”, en: “MATISSE Y LA ALHAMBRA” Catálogo de la exposición Edita Patronato de la Alhambra y el Generalife (2010)

Reportaje fotográfico de la visita:
www.flickr.com/photos/gabriel_navarro/sets/72157625897450070/

Documental de interés:
Informe Semanal: La Alhambra que fascinó a Matisse

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