Los cambios acelerados producidos por el impacto tecnológico de la Sociedad de la Información no sólo nos afectan a los procedimientos que utilizamos para acceder e intercambiar información, sino también a nuestro marco de relaciones sociales intersubjetivas y a los mecanismos tradicionales de comunicación interpersonal. Uno de los ejemplos más claros lo observamos en las diferentes formas de comunicación mediada a través de diferentes recursos tecnológicos, los cuales, a pesar de sus diferentes configuraciones técnicas y características específicas, aplicamos cotidianamente de una forma simultánea de tal naturaleza como si se tratase de un manojo de llaves, cada una con diferentes formas y colores, con la particularidad de que todas nos abren sucesivamente puertas y ventanas casi infinitas para contactar con otros o conseguir algo, en suma, para vivir en lo que se denomina la “web social”.
Como resalta Dolors Reig (Reig, 2015), la evolución del ser humano se transforma hacia un nuevo tipo de individuo, el que podríamos llamar “Hiperindividuo” o “Individuo conectado”, que no se parece en aspectos importantes de su proceso de socialización, desarrollo cognitivo, proceso de individualización y desarrollo moral, en general, a sus predecesores. Y, en este contexto, la característica que define en mayor medida a nuestros jóvenes es la de la hiperconectividad permanente.
Esta conectividad nutre los nuevos escenarios de sociabilidad virtual basada en términos dialógicos, aunque no tengamos presente o cara a cara al otro o a los otros con quienes establecemos contacto, lo que no evita que cuando nos comunicamos, y entablamos un diálogo con otras personas, otorguemos significado a nuestra realidad (ya sea presencial o virtual). De manera que las distintas situaciones de interacción que construimos (ya sea mediante un dispositivo móvil, o un sistema de mensajería, un navegador web, o una plataforma de redes sociales) el conocimiento y reconocimiento inicialmente intersubjetivo lo interiorizamos a su vez como un conocimiento propio e intrasubjetivo, principalmente cuando el diálogo que se establezca se apoya en una relación de igualdad donde todos los interlocutores tiene las mismas opciones de aportar información y conocimientos diversos. Hasta aquí, estructuralmente, no observamos diferencias sustanciales con lo que acontecía anteriormente de forma exclusiva en las relaciones presenciales. Pero un matiz importante comprende el hecho de que toda esta nueva experiencia vital constituye un nuevo espacio en donde construimos nuevas formas de la sociabilidad y donde creamos nuevas condiciones en que se desarrolla un sentido de pertenencia a un determinado grupo humano de naturaleza bastante dispar respecto a lo que tradicionalmente percibían las generaciones mayores.
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