Todos hemos escuchado y participado la opinión de que el Sistema Nacional de Salud de nuestro país es una de las grandes riquezas institucionales que disfrutamos en nuestra sociedad. Y hemos comprobado, por las noticias recibidas o por la propia experiencia o bien de nuestros amigos y familiares, el altísimo grado de estrés y de extenuación al que se están viendo obligados los profesionales sanitarios durante esta penosa pandemia que nos azota y cuyas medidas preventivas cuesta mucho que se apliquen adecuadamente por una parte de la población. Una pandemia que lamentablemente su finalización se encuentra aún muy lejos de su alcance frente a lo deseable.
Pero estoy seguro de que la valoración efectiva de esta riqueza se produce cuando uno mismo se convierte, en un momento de su vida, en paciente a través de todo el ciclo de la atención sanitaria, desde los procesos de prevención y atención primaria hasta la hospitalización y atención especializada.
El pasado 12 de noviembre tuve una intervención quirúrgica en el Hospital de Santa Lucía de Cartagena, motivada por un diagnóstico de medicina preventiva, realizada magistralmente por el equipo liderado por la doctora María Balsalobre, con las cirujanas Arancha García y Nuria M. Torregrosa, el cual posee un consolidado prestigio desde hace tiempo y en cuyas manos ya estuve también hace unos meses. Su intervención exitosa y el seguimiento posterior evidencian el excelente trabajo de estas profesionales de la medicina y de los anestesistas y personal de enfermería de su quirófano.
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