“Las fotografías son tal vez las más misteriosas de todas las cosas que conforman y densifican el entorno que reconocemos como moderno. Las fotografías son, en verdad, experiencia capturada, y la cámara es el arma ideal de la conciencia en su modalidad adquisitiva.”
Susan Sontag (cit. por J. Berger) [1]
La singularidad de nuestros paisajes interiores puede manifestarse hacia el exterior de múltiples y curiosas maneras. A veces los narramos con mayor o menor acierto al intentar transmitirlos a quienes nos rodean en función de nuestra habilidad con el lenguaje, en otras ocasiones, según nuestra capacidad creativa y nuestro dominio de las técnicas expresivas, logramos que se muestren con un drama o una gracia especial. Pero, sólo quienes han trabajado a fondo su particular proceso creador, son quienes logran emocionarnos con su visión.
Y de eso trata la maravillosa fotografía de Luis Marino, la cual nos arranca una diversidad de emociones provocando que descubramos partes de nuestros indescifrables paisajes interiores a raíz de la investigación de los paisajes de sus propios recuerdos de infancia, que se proyectan en los reflejos de los envejecidos plásticos de invernaderos. A través de su obra “Susaña. Paisaje detenido” intenta recuperar, según sus propias palabras, un misterioso paraje de la costa de Mazarrón, “su territorio personal plagado de leyendas e hitos arqueológicos en el que mi abuelo tenía un trozo de tierra donde se cultivaban tomates”.
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