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Colores para un Silencio

Me encanta la música, pero en muchos momentos anhelo un espacio de silencio. Y digo “espacio” y no momento, porque así es como yo lo vivo, un espacio silencioso que logro crear a mi alrededor y que altera la habitual sensación de paso del tiempo. Siempre me espeluznó (aunque pueda interpretar sus causas) la escena de aquellas personas que, estando solas, para poder evadir o soportar su angustia, o no encontrarse con su propia realidad, permanecen en sus casas con la televisión o la radio constantemente encendidas, aunque no miren ni escuchen lo que emiten. Tampoco entiendo la opinión que quienes consideran la ausencia de ruido como sinónimo de que algo inútil está sucediendo. Y uno de los momentos más satisfactorios para mí es cuando hago senderismo o paseos por el campo con acompañantes que comparten el silencio de las sendas, y que no se ven obligados a hablar más allá de la expresión de bienestar que provoca el solaz de una visión de un paisaje, de una flor o de unas rocas.

El silencio nos permite observar, analizar, organizar y asimilar las ideas y las experiencias con mayor profundidad y procesar con mayor fluidez la información, a través del silencio tenemos acceso a nuestro subconsciente, y nos permite utilizar mejor la intuición y la creatividad. Y es fundamental para encontrarse consigo mismo, para conocerse y profundizar en el sentido de nuestra vida.

En una entrevista[i], Gordon Hempton manifestaba: “La gente teme al silencio como teme a la oscuridad. En el fondo, es un temor a lo desconocido, porque nos hemos habituado a vivir entre ruidos… Tenemos que aprender a escuchar el silencio y lo que viene después del silencio: esa sucesión de pequeños e infinitos sonidos, que son el pálpito del maravilloso planeta en el que vivimos”. Una de las cualidades más admirables de la obra de este autor es su capacidad para captar los sonidos naturales mediante grabaciones de campo apoyándose poco en la post-producción[ii] y en su filosofía de vida expresa que: “una ciudad será agradable para los seres humanos únicamente cuando podamos oír las suelas de nuestros zapatos tocar el cemento, o cuando podamos hablar entre nosotros sin alzar la voz».

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