Existe una convención generalizada de que la brecha digital es fundamentalmente generacional y no se explica por razones de origen social, renta o género. Y cobra especial relevancia el concepto de: Brecha digital generacional.
Así, nos encontramos con ideas fuerza como: “También hoy el concepto de “brecha digital”, que expresaba una preocupación en torno al cambio de siglo, ha perdido toda su carga. La “brecha” cuando existe lo es en sentido generacional, entre los “más mayores” y las personas jóvenes, y no tanto en sentido horizontal. …. El acceso a las tecnologías aparece cada vez más desvinculado de su relación con la renta, o el sexo.” (Espín, 2011)[i]
Dándose, también, el caso de autores relevantes como Castells quien señalaba hace unos años que “La brecha digital no existe”. Aún reconociendo que sí hay desigualdad en Internet. «Pero si ves la que hay con ir al teatro o comprar libros, hay más desigualdad en las viejas culturas que en la nueva tecnología», según este experto sociólogo.
Pero esta idea, que constituye una muestra palpable de la realidad en el uso y la inmersión de los diferentes sectores de población en las tecnologías de la información, no deja de ser parcial.
Esta clase de afirmaciones, que se convierten a menudo en atractivos titulares de prensa, además de expresar un hecho social irrefutable pueden encubrir, sin desearlo, aspectos diferenciales significativos en los procesos de exclusión o, de inclusión limitada y precaria, respecto al uso e integración de las TIC en la vida cotidiana de los jóvenes más desfavorecidos. Y por ello considero necesario contemplar algunas matizaciones al respecto.
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