“Estoy seguro de que tanto en el corazón del vacío como en el corazón de los hombres hay fuegos ardiendo.”
YVES KLEIN
Hacía tiempo que una exposición no me provocaba el reto de verme inmerso en la confrontación de un viaje interior de inusual recorrido. Sensaciones que no solemos encontrar en nuestros hábitos cotidianos entre los que articulamos mecanismos para evitar escenarios que nos sorprendan y puedan alterar la misión de nuestro trabajo, de nuestra familia y amigos, de nuestro entorno.
Casi siempre, cualquier obra artística que se precie de serla nos incita alguna clase de emociones e ideas de signo diverso, y a veces contradictorios, pero no todas poseen la facultad de impulsarnos hacia trayectorias donde lo íntimo y el espacio donde se desenvuelve la obra y nuestros cuerpos consiguen una sintonía única. Y esas sensaciones las he podido vivir y disfrutar con la insólita obra “La Tregua” de Ángel Haro en La Tabacalera, Espacio de Promoción de Arte. Con la oportunidad añadida de visitarla en un momento inicial, sin haber leído nada sobre ella, ni los contenidos de su interesante catálogo, ni lo publicado en los medios. Sabiendo, nada más, que se trataba de un encargo al artista para invadir y crear en el gran vacío del espacio laberíntico de La Tabacalera. Y volver a recorrerla, a continuación, con el propio autor escuchando sus motivaciones creativas, sus retos, sus intenciones con el espectador, su visión global y compleja de las vivencias humanas y su representación simbólica, para que sean intuidas, proyectadas o revividas en lo posible por quienes se aventuren a transitar los sucesivos relatos que incorpora en este trayecto.
Era inevitable, al conocer el título de esta obra, pensar en ambientes donde apareciese la hostilidad de los contrarios y su cese, los momentos de confrontación y de paz. Lo que no esperaba era iniciar la OBERTURA con una suerte de naufragio donde los restos de un artesanal y nostálgico barco atunero de Cabo de Palos nos muestran de forma majestuosa sus entrañas, con la huella de la sangre de los peces que almacenó. Un naufragio que puede simbolizar el fin de nuestros proyectos y esperanzas y, al mismo tiempo, el acontecimiento radical para comenzar una nueva aventura. En todo momento en el que vamos rodeando y tocando pieza a pieza los trozos en los que está seccionado este barco, nos sugiere tanto la idea de vulnerabilidad de nuestras vidas, como de recomposición de su conjunto para volver a navegar a pesar de la oscuridad.
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