Capitalismo cultural y políticas de emergencia. Conversando con Fernando Broncano
por: Gabriel Navarro

En el marco de las actividades promovidas por Cartagena Piensa, hemos tenido la grata oportunidad de escuchar e intercambiar ideas y reflexiones con Fernando Broncano, uno de los filósofos más relevantes del panorama español. El pasado día 14 de febrero nos ofrecía una interesantísima conferencia-coloquio: De la construcción social de la cultura a la construcción cultural de la sociedad, en la que abordó el conflicto cultural y las interacciones constantes entre la acción cultural y la configuración que los seres humanos efectuamos de lo social y las influencias e intervenciones que la sociedad, como producto cultural, ejerce en nosotros.

De entre el conjunto amplio de temas que Broncano fue desmembrando para intentar comprender esta interacción y conflicto permanente entre sociedad y cultura, aparecen varios conceptos que nos animaron a plantear diversas cuestiones en el coloquio y a dejar abierta la posibilidad de continuar reflexionándolos y cuestionándolos en el futuro con otros, conversando abiertamente entre todos quienes lo deseen; algunos de los cuales comento a continuación.

Uno de los ejemplos de cómo nuestra sociedad es un producto cultural y es producto de nuestras conductas de interrelación –en las que juegan también su papel las ideas y normas culturales que hemos aprendido-  se observa en lo que se denomina Economía de la Atención. Frente a la concepción tradicional de la economía de bienes y productos, para Javier de Rivera, el giro conceptual consiste en considerar a la información como un sujeto que consume atención humana. En este sentido, son las informaciones las que compiten por la atención humana. El concepto de economía de la atención se refiere al momento en que los mensajes están a espera de ser reanimados por la conciencia de los receptores. Es algo que adopta cada vez más importancia, dadas las características de la comunicación on-line y la facilidad para generar contenidos (tanto los publicistas o productores de bienes, como nosotros los ciudadanos).

"Conversando en la noche templada del puerto"

Adolfo Plasencia nos describe en su artículo: Nueva Economía de la Atención que frente a la sobreabundancia de la información en que estamos inmersos todos nosotros, y en la que se desenvuelven inmensas ofertas de todas las marcas y campañas publicitarias, lo escaso es el tiempo de que disponen para dedicarle los receptores potenciales de esa información, ya
que su atención está, precisamente, limitada por el tiempo y por la capacidad de ‘atender’ a múltiples mensajes. Las nuevas líneas de los expertos en marketing destacan que en la economía de la atención se vuelve cada vez más importante satisfacer a las personas ofreciendo información interesante y relevante, es decir ofrecer información de valor. Un consumidor feliz te premia con su atención, o te da sus datos (intercambia felicidad por privacidad) o te da su dinero (p.e. compra viajes a buen precio que le interesan). Cualquier negocio de futuro que quiera convivir con la economía de la atención debe basarse en comunicar información interesante y relevante a sus consumidores.

¿Vamos nosotros mismos a cesar de colaborar como agentes en estos escenarios de “economía de la atención”? ¿Evitaremos ser productores-consumidores permanentes? Me temo que no. Las alternativas quizá residan en ser cada vez más conscientes sobre los que compartimos en nuestra vida virtual (además de la presencial) y aprender a aplicar mecanismos de privacidad. Pero, ¿cómo intervenir en este contexto a nivel mundial?

Otra de las realidades en las que transitan nuestras vidas es el denominado “Capitalismo Cultural”, uno de los ejes fundamentales, nos manifestaba Broncano en su charla, que configuran sustancialmente la naturaleza de la sociedad actual . Como bien define Juan Ruiz en su artículo Arte en el capitalismo cultural, “el capitalismo cultural aspira a gestionar la
experiencia de las personas, y a administrar sus diferencias, ya sea creándolas o valiéndose de ellas para segmentar el mercado y producir con carácter exclusivo.”

Lo que define al capitalismo cultural es la mercantilización directa de la experiencia misma de los seres humanos. Los objetos materiales que tradicionalmente hemos concebido como “producto” o “bien” de consumo, poseen cada vez más un valor simbólico, constituyen ahora el soporte a través de los cuales nuestra conducta como consumidores, nuestra experiencia vital, adopta el valor de mercancía. Una mercantilización de nuestras vidas inmersas en un exorbitante “capitalismo cultural al que ya no le importa la cultura sino la presencia de la marca”, tal y como expresa Fernando Broncano en su post “El poder de lo concreto”, reseñando el libro de Esteban Hernández, “Los límites del deseo”

Como manifiesta acertadamente Ramón LLopis en su artículo “La cultura en la época del capitalismo cultural, “la dimensión cultural se ha integrado plenamente en el mundo de la economía y se ha introducido en los entresijos de la lógica mercantil que lo mueve. El ámbito de la cultura es cada vez menos el refugio de aquellos que anteriormente predicaban la elevación del espíritu humano y advertían de los peligros que entrañaba los valores materiales.”

En el marco de esta nueva realidad social puede extrañarnos, también, el hecho de que nuestros gobernantes actuales decidan recortar sustancialmente todo lo relacionado con  la producción cultural. El mismo Broncano ya expresaba hace unos años que los recortes en el ámbito de la cultura formaban parte de un expolio notable, como consecuencia (o continuidad) de una evidencia “observada en muchas de las grandes transformaciones económicas desde el XVI, a saber, que se han articulado sobre la expropiación de lo común”. Destacando un hecho paradójico: “La increíble rentabilidad de la explotación de lo aparentemente ruinoso”.

Quizá lo más grave de todo estos procesos reside, como señala Ramón Llopis en el artículo citado, en que el entramado tecnológico (donde se inserta la producción cultural, nuestros consumos, nuestras vidas) funciona como un sistema o infraestructura universal, como un elemento estructurador que instaura formas de ser, de pensar y de vivir, por lo que bien podría ser considerado como una parte del propio sistema nervioso de los seres humanos.

Estas reflexiones me llevan a recordar el artículo Capitalismo de la Emoción de Germán Santiago y Belén Quejigo, en el que nos enuncian: “El individuo no sólo es consumidor y trabajador sino también comunicador (publicista) de sí mismo. El peligro de esta sociabilidad reside en su seducción y en su aparente naturalidad, neutralidad e inofensividad: ¿cómo no contarlo?, ¿por qué no ponerlo?, ¿quién no lo haría?” Una de las claves de esta nueva sociabilidad  de este capitalismo de la emoción es su capacidad de acumular enormes cantidades de datos con los que trafica y da forma a un inconsciente global capaz de predecir hábitos de consumo para orientar la maquinaria productiva.

Lo asombroso de estos escenarios en los que intentamos sobrevivir, es que nuestra supuesta libertad de elección, ligada a nuestro conjunto de gustos e intereses en el capitalismo cultural, se ve atravesada por múltiples intersecciones que son radiografiadas por herramientas como el Big Data. Ya habíamos conocido el del éxito de marketing en Internet de Obama en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, donde ya se articulaba un principio importantísimo en las dinámicas de las plataformas de redes sociales y que responde a la idea: «la colectividad controla el mensaje”. Una idea clave que, siendo real, podría ser interpretada ilusoriamente como impoluta.

Y, recientemente, nos enfrentamos a un acontecimiento -supuestamente no previsible según ciertas lógicas del sistema- como ha sido la elección de Donald Trump en EE.UU. Más allá de las caricaturas, y lo disparatado del personaje, pocos atribuyeron a Trump un aspecto calculador y catalizador de determinadas sensaciones y creencias de una gran parte de la población de los USA. Pues bien, en el marco de las vidas de los ciudadanos norteamericanos en las redes sociales, en tanto que agentes y pacientes de productos culturales como, por ejemplo, la serie televisiva “Walking Dead”, utilizando software basado en Big Data, empresas especializadas encontraron altas correlaciones entre la gente que le daba al «me gusta» sobre cualquier tipo de información de esta famosa serie en las redes sociales y su preocupación por la inmigración o su interés por las ideas de Donald Trump. Con este instrumento y sus datos, J. Kushner (yerno de Trump) hizo una herramienta de geolocalización personalizada que trazaba la densidad de localización de 20 tipos de votantes a través de una interfaz de Google Maps, haciendo mucho más eficaz la maquinaria de propaganda de la campaña de Trump.

Ante todos estos nuevos acontecimientos que nos abruma la sociedad actual, F. Broncano opina que una de las manifestaciones observables en la mayoría de la gente es una clase de “ansiedad depresiva”. No creo que debamos caer en una psicologización simplista de todas las conductas sociales, pero debemos ser conscientes de que desde hace tiempo se observa que los “Trastornos de Ansiedad son considerados como los trastornos mentales más prevalentes en la actualidad”. Ciertamente, lo que nos intenta transmitir este filósofo es el hecho de que el estrés malestar físico, psicológico y conductual que se observa en el conjunto de la sociedad es consecuencia de estados emocionales que no nos permiten lograr respuestas adecuadas en la relación de los individuos y su entorno.

Frente a todo ello, Broncano aboga por conseguir Políticas de la emergencia (de lo nuevo) frente a políticas de la emergencia (de lo viejo). A saber, frente al uso de la emergencia como legitimación para dejar en suspenso la ley que anteriormente sostenía al soberano y estaba obligado a respetar, frente a la sensación de vivir en un estado permanente de emergencia temiendo que se haya suspendido algún derecho; hay que resaltar a todos aquellos que hacen posible la emergencia de nuevos derechos con su nueva forma de resistir. Seamos conscientes, pues, de que “cada derecho emergente transforma los otros y redefine los grupos y estructuras sociales, hace que se conmuevan los derechos adquiridos y emergen entonces nuevas relaciones, nuevas alianzas improbables.”

De ahí la importancia que para este filósofo (y para muchos otros pensadores) posee el valor de recuperar la conversación entre los ciudadanos. Tal y como se intenta promover desde Cartagena Piensa creando espacios abiertos de debate y conocimiento. Sin embargo, los retos que se nos presentan para lograr cierto grado de éxito son enormes. Uno de ellos se focaliza, precisamente, en el contexto de relaciones sociales que nos encuadra la Sociedad de la Información y sus dispositivos. Sherry Turkle, profesora del prestigioso MIT, nos avisa (quizá de manera algo alarmista): La conversación se muere. Ha presentado un libro reciente titulado ”En defensa de la conversación” en el que expresa que ahora «esperamos más de la tecnología y menos del otro» y que «hemos sacrificado la conversación por la mera conexión». Pero que tras esto se esconde una dolorosa realidad: «la sensación de que nadie nos escucha», la gente no se permite tiempo para reflexionar. Ante lo cual, habría que empezar por “recuperar nuestra atención”. Tenemos tiempo para recordar quienes somos, dice Turkle: criaturas con historia. Criaturas de conversaciones toscas, arriesgadas y cara a cara». No nos queda, entonces, otro reto más apasionante hoy en día, que recuperar y fomentar gratamente nuestras conversaciones con los otros.

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