Notas sobre Una Espina en la Carne
por: Gabriel Navarro

(Estas notas conforman el texto que preparé para la presentación del libro de Lola López Mondéjar, en el acto celebrado el día 29 de enero en el Centro Cultural Alonso Luzzy de Cartagena)

¿Sufren los artistas y los creadores?
¿Son los creadores inevitablemente narcisistas en esencia por su ansia de reconocimiento?
¿Cómo podemos entender esa idea de Mallarmé de que quién realiza el acto de escritura «se suprime»?

La obra que hoy presentamos se fundamenta en la aplicación del psicoanálisis y de reflexiones filosóficas y literarias vinculadas a él para comprender y desvelar lo que acontece en el proceso de gestación de un sujeto creador.

El psicoanálisis constituye una herramienta de análisis que, además de a quienes se deciden por su aplicación clínica, sirve a los críticos de arte y la crítica literaria para abordar una obra, de manera especial a la escritura ya que el lenguaje es el vehículo esencial para expresarnos, abordándolo como una materia que hay que leer «entre líneas» en cuanto a los sentidos, sensaciones e imaginarios no manifiestos que en aquél se hallan, pues no hay sujeto fuera del lenguaje. Nos permite, a su vez, descubrir el lenguaje particular y los sentidos subyacentes de una obra de arte , sus diversos significados explícitos e implícitos vinculados al psiquismo de un sujeto creador.

Una Espina en la carne. Psicoanálisis y creatividad"

Probablemente muchos de los artistas y escritores se sientan distantes respecto a los discursos de quienes intentan desentrañar los aspectos psicosociales más recónditos que puedan explicar el carácter o la singularidad que adoptan sus obras, o bien, que no consideren preciso que nadie les retrate o «diagnostique» aquellos elementos que configuran su particular personalidad creativa. Que ellos no necesitan ninguna explicación más allá de su obra en sí.

Pero no debemos olvidar algo que nos enseña no solo el psicoanálisis sino, también, la práctica clínica, incluso algunas investigaciones de las neurociencias, a saber: que antes de que cada uno de nosotros pretendamos controlar totalmente el lenguaje que utilizamos para expresarnos (sea hablado, escrito, o figurativo y plástico), es el propio lenguaje el que nos controla ya que no tenemos la potencialidad de gobernar el curso del amplio conjunto de significados que comprende.

Igualmente, partimos de la creencia, muy ligada a nuestra ilusión de asegurar nuestra propia identidad, de que sabemos lo suficiente de nosotros mismos, cuando en la cruda y desnuda realidad de nuestras vidas reprimimos una cantidad inmensa y variopinta de sentimientos, de impulsos, que brotan sin remedio en los momentos más imprevisibles de nuestra conducta. El hecho es que lo reprimido originario no es claramente reconocible para todos nosotros. Y justo ahí, en esos espacios inéditos de nuestro imaginario intentando convertirse en algo simbólico, es donde emerge el inconsciente al “hablar” o ser hablado a través de nuestras palabras, de nuestros actos y gestos, a través del lenguaje, ya sea como actos fallidos, como sueños, como escritura, como obra de arte, o como delirio.

Y, si hay algo que vale la pena desentrañar de entre todos los grandes actos humanos, el proceso creador es, sin duda, uno de los más atractivos y necesarios para el bien común.

¿En qué medida el psicoanálisis nos explica que la escritura (o la pintura) pone orden al caos de nuestra vida? (p. 153) Se (nos) pregunta Lola López Mondéjar en su libro.

La obra que hoy presentamos: «Una Espina en la carne. Psicoanálisis y creatividad» (Editorial Psimática) de Lola López Mondéjar es consecuencia de un trabajo intenso, amplio y continuado de acuerdo a una triple faceta que cumple nuestra amiga e invitada esta noche, gracias a la Concejalía de Cultura en este interesante ciclo que nos anima a LEER, PENSAR E IMAGINAR.

Lola siempre ha adoptado una postura crítica, rigurosa y, a la vez, heterodoxa en su estudio y en la práctica de la disciplina psicoanalítica. Y en ella encontramos a una profesional reconocida en el ámbito del psicoanálisis como práctica clínica, como docente en cursos y como articulista, es didacta del Centro Psicoanalítico de Madrid y, paralelamente, imparte cursos y seminarios de arteterapia y en talleres de escritura; a lo que se une una serie de novelas publicadas y libros de relatos que nunca han cesado de impregnar nuestra mente y nuestra piel de una colorida gama de sentimientos y pasiones certeras, aparentemente contradictorias, y profundamente humanas. Esta triple característica de sus facultades y facetas vitales determina, sin duda, la obra de la que hoy hablamos.

Además, no solo expresa con su discurso y en sus artículos ese «deseo de escuchar al otro» que Jacques Lacan pregonaba de quién se considera psicoanalista en relación a sus pacientes, sino que, además, nos demuestra con esta obra que escucha en su singularidad a cada autor, ya sea para apropiarse respetuosamente de sus aportaciones teóricas o sus reflexiones en pro de debatir o sustentar su argumento, ya para desentrañar dicha singularidad específica en los/las escritores/as que estudia y lee apasionadamente.

Extrayendo citas textuales de su libro intentaré exponerles los ejes principales de sus ideas. Su argumentación parte de un planteamiento clave en la psicología: la importancia ineludible que cumple la vulnerabilidad del bebé humano y su potencial desamparo perinatal (pérdida del amor de la madre, o su separación que contribuyen a situaciones angustiosas) que se configurará como el prototipo al que remitan los traumas posteriores de un sujeto. (p.16)

El sujeto creador nos lo presenta en este ensayo, como aquél quien posee una energía psíquica capaz de llevar a cabo un singular proceso de reparación en base a dos mecanismos de defensa: la disociación y la sublimación , mecanismos que le permitirán elaborar la angustia a través de su obra. (p.15) Y, asevera, esta disociación no debemos entenderla sólo como una respuesta psicopatológica, sino como una defensa eficaz para disminuir la tensión emocional a límites manejables. (p. 21)

El sujeto creador, para lograr una salida exitosa actuará apoyado en lo que Lola denominaba en un ensayo anterior, Factor Munchausen (Ed. CENDEAC), que le permitirá llevar a cabo una escisión entre ese niño dañado y el niño reparador. La disociación se convierte así funcional y no patológica, con esa imagen metafórica de la mano que tira del cabello del personaje para poder salvarse sin punto real de apoyo. No obstante, el abandono del objeto frustrante queda en el niño como una marca, ubicándolo en una posición de vulnerabilidad ante los estímulos exteriores y su propio cuerpo. Retirando la carga pulsional en aquello que pudiera decepcionarle, para investirla en su fantasía, lograría, así, defenderse del desamparo sufrido, amparándose en sus propias producciones que valora mediante el mecanismo de la sublimación. (p. 25)

Como nos expresa Lola, según el psicoanálisis, la obra de un autor compone una «piel de palabras», de sonidos, de imágenes plásticas que cumple la función de restaurar el narcisismo dañado del sujeto. La obra construye un sucedáneo de superficie corporal que aminora el miedo a la fragmentación del yo ante toda angustia. (p.29) Y aparecen ciertos aspectos asombrosos que caracterizan a los creadores, como la «errancia identificatoria» que le permite transitar por diversas identificaciones, un sujeto múltiple, en constante construcción (p. 30), que proyecta en sus sucesivos personajes de sus narraciones o bien en sus obras plásticas.

La idea esencial de esta obra reside en este bello planteamiento: La identidad, tal y como la siente el creador, es el mar de un archipiélago de contornos imprecisos cuyas islas serían distintas identificaciones. Pero la Función Autor “F(A)” es lo que daría nombre a ese archipiélago conforme argumenta Lola, capturando los fragmentos de un yo disperso e inestable (p.31). A fuerza de especializarse en su arte, el sujeto creador adquiere una segunda naturaleza que unifica la original, integrando precariamente su origen híbrido. Esta Función Autor, actúa como una identidad de elección, un nombre propio que se construye en lo público, pero que el autor siente como más propia que la que su biografía le confiere. (p.34) Posee además un componente simbólico (la obra) e imaginario (el rol social del autor) que actúa como una operación reparadora del psiquismo dañado, restituyendo el narcisismo herido. (p. 53)

Al reflexionar sobre este concepto deberíamos repasar una de las grandes ideas que sustenta Lacan cuando expresa que el individuo es “sujeto del deseo”, el yo es producido a partir de la imagen del otro, en el contexto de la fase que él nombraba como “estadío del espejo”. La experiencia de fragmentación del cuerpo por las pulsiones es superada por la fusión de una imagen unificante del cuerpo, que pasa a tener un valor de referente fundamental, provocando una vivencia de alegría o de éxtasis ante el reconocimiento de la propia imagen completa, algo que sucede también frente al reconocimiento recibido por el otro, frente a la «mirada del otro» (principalmente la madre).

De igual forma, cuando aborda la determinante relación entre trauma, creatividad y reparación, destaca una sentencia clave que atraviesa su argumentación: “Lo imaginario esconde lo real” (p. 59), lo que nos lleva a releer con provecho las dimensiones o registros de lo psíquico que Lacan denominaba: Lo real, lo imaginario y lo simbólico.

Una ineludible vinculación la encontramos entre la Función Autor F(A) del creador y el narcisismo, donde concluye que uno de sus efectos consiste en dotarle de amor a sí mismo, sería como un narcisismo reactivo frente a un narcisismo dañado logrado, entre otros aspectos, mediante el reconocimiento a su obra. La cita especial de Judith Chused es particularmente esclarecedora: «Creo que es imposible desear sin ser luego vulnerable a ese deseo». (p.105)

Otros conceptos vinculados con la F(A) , que Lola nos expone, serían el de «suplencia», la obra como síntoma, o la vivencia que muchísimos autores y artistas manifiestan al sentirse tanto creadores como, a su vez, creados ellos mismos por sus obras y/o personajes; añadiendo también la capacidad de resiliencia junto al efecto del «acompañante psíquico», y la neogénesis. Y nos muestra como todo ello les faculta, además, para enfrentarse al vacío creativo.

En esencia, lo que nos demuestra la idea de Función Autor es que el origen de la creación reside en la vulnerabilidad de los propios autores. (p.113)

Tengo que confesarles que mientras he ido sumergiéndome en el texto de esta interesante, compleja e ilustrativa obra de Lola, he tenido varias imágenes y sensaciones asociadas de forma casi constante en su lectura. Conociendo su labor en torno a la arteterapia o sus talleres de escritura me la imaginaba transmitiendo apasionadamente las sucesivas ideas que se trazan en este libro. Y, frente a esta escena imaginaria, me venía a la cabeza el triple impacto que sentí al visitar el Teatro de Epidauro:

El primer impacto es la obra arquitectónica de un teatro inmenso, perfectamente equilibrado en sus formas. El segundo, la especial naturaleza de su acústica, cuando se nos demuestra que al hablar desde la posición más central de la escena, comprobamos que podemos escuchar perfectamente desde cualquier parte a quien expresa con su voz una frase. El tercero, el hecho singular de que este Teatro en Epidauro formaba parte del santuario de Asclepio (dios de la medicina) que cumplía la función de un balneario o centro de salud al que acudían desde toda Grecia, en el que, junto a la atención médica mediante la alimentación y el ejercicio físico, las obras teatrales constituían un elemento fundamental para el fomento y recuperación de la salud integral de la persona.

Ello enmarcado en un lugar y una cultura donde los autores de tragedias no las finalizaban del todo con un cierre claro y concreto, para incitar a los espectadores a que posteriormente, en sus reflexiones personales, considerasen las respuestas más adecuadas a cada historia, a cada drama y conflicto narrado, para estimular intencionadamente el necesario compromiso de convivencia con los demás. En este teatro se representó la obra de Aristófanes. «Las ranas», en el año 405 a.C., en cuyos diálogos con Eurípides se le interpela: «¿Por qué razón debe ser admirado un poeta?», a lo que contesta: «Porque por su habilidad y persuasión hace mejores a los ciudadanos».

Esto entronca, “casualmente”, con una noticia reciente: Una investigación de la Universidad de Roma III nos demuestra que «La lectura nos hace más felices y nos ayuda a afrontar mejor la existencia». En sus conclusiones dicen que “nutrir el espíritu puede ser tan importante como alimentar el cuerpo”. Y en cierta forma, se relaciona también con un estudio hace unos años de la Universidad de Liverpool en el que se concluía que «Leer poesía trae más beneficios que libros de autoayuda». Mostrando que la actividad cerebral se «dispara» cuando el lector encuentra palabras inusuales o frases con una estructura semántica compleja, pero no reacciona cuando ese mismo contenido se expresa con fórmulas de uso diario o más vulgar.

Bien, si todo esto sucede con los destinatarios potenciales de una obra ¿cómo lo siente y lo vive el/la autor/a en su gestación?

Entre otros muchos aspectos de lo que acontece en interior de un autor, Lola nos muestra que el creador está fragmentado en identificaciones muy lábiles y busca su identidad en el proceso mismo de crear, en el constante desplazamiento de los lugares donde se ubica el sujeto. Abandonando sucesivamente lo creado para avanzar en el proceso mismo invistiendo en una nueva producción imaginaria. Una desidentificación constante con los lugares (obras) que el sujeto creativo abandona como restos, proyectando hacia adelante su identidad se encuentra en el origen de su exhibicionismo, de su impudor (p.115) . Una particularidad que no casualmente es algo consciente para muchos autores es su percepción de multiplicidad o el desplazamiento de sus identificaciones, un ejemplo lo da Anaïs Nin cuando expresaba: «Yo soy todas las mujeres de mis novelas, pero además soy otra mujer que no aparece en ellas» (p.118).

Ello requiere una necesidad imperiosa de reconocimiento social. Para la mayoría, hay un reto de enorme magnitud: el empeño en una identidad narrativa (una clara referencia a Ricoeur) en proceso constante de construcción, frente a la conformidad con el pensamiento dominante que nos transmiten, entre otros, los medios de comunicación mediante información banal y eslóganes que nos transforman en gran medida en muertos vivientes.

Al cuestionarse el exhibicionismo de los artistas, Lola establece una interesante confrontación entre los términos intimidad y extimidad, donde desvela la «apariencia de identidad» que podemos encontrar en múltiples espacios de la red Internet, entre quienes no existe la experiencia de privacidad al hacer pública su intimidad se convertiría en la muerte de la experiencia de sí mismo (p.131). Y, probablemente, entre sus efectos ocurre como al modelo desnudo ante el artista que a mayor exposición de la imagen, más alejados de ella nos sentimos, la imagen propia se externaliza, se convierte en un rol funcional y el sujeto representado se aleja de ella (p.122). Denunciando que la promiscuidad en difundir nuestras vivencias supuestamente íntimas deviene en un desplazamiento del lugar del sujeto. Por el contrario el exhibicionismo del artista no comporta adelgazamiento de la subjetividad constituyendo una distancia crítica ante la imagen pública o la propia narración que elabora. (p. 134)

Pero si hay algo especialmente significativo en los argumentos que manifiesta Lola, lo encontramos en su debate con la concepción de Función Autor que plantea Foucault al hacer valer sobre todas las cosas la inevitable corporeidad de los sujetos creadores, una realidad que atraviesa de manera ineludible su potencial rol de transmisor de una ideología y/o de un lenguaje, determinados ambos por las condiciones históricas y culturales en las que discurre su vida (p.145). Lola defiende la necesidad de incluir en la Función Autor la carne y el hueso de los autores (p.152), dando una especial relevancia a las huellas imaginarias y simbólicas marcadas en el cuerpo, a la corporeidad que caracteriza como sustrato la acción creadora.

En esta seria y rigurosa aventura analítica de desbrozar los elementos que caracterizan la Función Autor de escritoras a quienes admira (Lispector o Rhys), más allá de ubicarse en una posición distante, engañosamente objetiva, ante el reto de analzar la obra de un autor, Lola reivindica como psicoanalista «la identificación con una obra, con sus protagonistas o situaciones, como el proceso a partir del cual se inicia cualquier acercamiento cognitivo. Identificación que implica simpatía, antipatía o contraidentificación.» (p.156)

Bajo esta premisa, analiza a una Clarice Lispector quien no separa «pensar del sentir» y de quien desgrana varias de sus nociones como la del «silencio» al resaltar que el texto parece atraer el silencio, a pesar de estar formado por palabras. Convoca a ese «entrelíneas» que no puede ser escrito (p. 161). Y a una Jean Rhys quien pertenece al grupo de escritores «descarnados», aquellos que exponen sin rodeos sus vidas para que sirvan de materia prima a su ficción sin mediaciones textuales (p. 185). Un ejemplo paradigmático de un tipo de escritura curativa, que cumple funciones restitutivas, de soporte para un yo inestable (p.187).

Bajo esta premisa, entre estas lecturas, yo (insensato de mi) también rememoraba en la emocionante novela de Lola López Mondéjar “Mi amor desgraciado” (Ed. Siruela), en aquella escena cuando la otra protagonista, Otra Mujer (sin nombre) quién viene escuchando asombrosa y pausadamente el relato de Helene la homicida, en su búsqueda de un territorio distinto que le permita encontrarse con su identidad y su autonomía, queda impactada al ver en el museo la hermosa pintura de «Medea furiosa» un cuadro que el pintor romántico francés Eugène Delacroix representa a Medea, un personaje de la mitología clásica, quien debido a la traición y el abandono de Jasón, decide tomarse la revancha, matando a los dos hijos que habían tenido en común.

Esa escena, a mi modesto entender, creo que posee tanto un carácter fundante de la historia narrada, como un síntoma precioso de la toma de conciencia o el posicionamiento de esta mujer frente a las opciones de identidad que se le ofrecen, frente a una variedad de vicisitudes vitales que pueden forzar a alguien a cometer una tremenda atrocidad, y ante lo que despliega una nueva mirada interior, en un archipiélago particular de la Función Autor en una tragedia que no termina cerrada del todo (algo parecido a las clásicas griegas).

Como comprenderán, estas notas no pretenden ser una reseña de este libro ni, mucho menos, una crítica. Solamente tiene como misión lanzarles una serie de ideas y conceptos que se tratan en este ensayo para facilitar su debate.

Bien, sobre todo ello hemos venido hoy a hablar, vale la pena hablar, sin duda. Aunque solo sea, tal y como expresa Lola en el último capítulo del libro, titulado «La escritura calva», por el hecho de que «Hablar es jugar al escondite». (p. 230)

Muchas gracias, y ahora contamos con Lola López Mondéjar.

Gabriel y Lola presentando Una Espina en la carne

Gabriel y Lola presentando Una Espina en la Carne (foto: Patricio Hernández)

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