Hambre de piel frente al coronavirus COVID-19
por: Gabriel Navarro

La piel, de no rozarla con otra piel
se va agrietando…
Los labios, de no rozarlos con otros labios
se van secando…
Los ojos, de no mirarse con otros ojos
se van cerrando…
El cuerpo, de no sentir otro cuerpo cerca
se va olvidando…
El alma, de no entregarse con toda el alma
se va muriendo.

Bertolt Brecht

Los humanos, como los primates, nos relacionamos con otros para ser tocados. Nuestra necesidad de contacto físico permanece desde el nacimiento hasta el día de nuestra muerte. La privación del tacto, o el “Hambre de piel” (Skin Hunger) como a veces se conoce, es una situación que surge cuando tenemos poco o ningún contacto físico con los demás. El contacto físico, las caricias, sirven para para crear y mantener nuestras relaciones con los demás. Como nos informaba hace años Daniel Coleman, impulsor de la Inteligencia Emocional, la experiencia de ser tocado tiene efectos directos y cruciales en el crecimiento del cuerpo y de la mente. Necesitamos afecto humano, afecto físico. Si no satisfacemos nuestra necesidad emocional a través de los medios físicos de un abrazo, nos sentimos solos y desanimados. Y perder el contacto humano regular puede provocar algunos efectos graves y duraderos.

El contacto piel con piel es vital no solo para la salud mental y emocional, sino también para la salud física. En los primeros años de vida, el tacto es crucial para construir relaciones saludables. El tacto también puede calmar ciertas funciones corporales, como el ritmo cardíaco y la presión arterial. Lo hace estimulando los receptores de presión que transportan señales al nervio vago. Este nervio conecta el cerebro con el resto del cuerpo. Utiliza las señales para frenar el ritmo del sistema nervioso. La deprivación táctil puede llegar a provocar en una persona lo que denominamos hambre de piel y, según explica Lauren Sharkey, uno puede sentirse abrumadoramente solo o privado de afecto. Estos síntomas pueden combinarse con: sentimientos de depresión, ansiedad, estrés, baja satisfacción de la relación con otros, dificultad para dormir, y una tendencia a evitar adhesiones o emparejamientos seguros.

No se trata solo de percibir y tener las sensaciones de afecto, de ternura, de calidez en el contacto con los otros. El contacto piel con piel nos permite, además, entender aspectos esenciales en nuestra comunicación social. En sus investigaciones, Matthew J. Hertenstein y colaboradores mostraron que mediante el contacto con nuestra piel se puede reducir la presión sanguínea y niveles de cortisol, lo cual reduce el estrés e incrementa los niveles de oxitocina en el cerebro. Asimismo, estudiaron el papel que juega el tacto en la comunicación emocional, el apego, el vínculo, el cumplimiento, el poder, la intimidad, la provocación de placer y el gusto. demostrando que los participantes podrían descifrar la ira, el miedo, el asco, el amor, la gratitud y la simpatía a través del tacto de un desconocido a niveles mucho mejores que el azar, proporcionando también evidencia de que las personas pueden decodificar con precisión distintas emociones simplemente observando a otros comunicarse mediante el tacto. Por otro lado, Sarah McIntyre y colaboradores estudiaron la capacidad de los seres humanos conocidos para señalar el significado de varias señales de palabras (p.ej., gratitud, tristeza) usando solo la sensación táctil. Mostraron que las personas emocionalmente cercanas pueden señalar con precisión el significado de diferentes palabras a través del tacto, y que el rendimiento en esta tarea se ve afectado por la cantidad de información contextual disponible.

Pasión ante las ruinas el Teatro Romano de Málaga

Por otra parte, se ha expresado en múltiples medios que el impacto tecnológico de la Sociedad de la Información naturaliza mayores periodos de aislamiento social al dedicarlos al uso y disfrute de nuestros dispositivos de comunicación. Sigue viva la polémica entre quienes defienden a ultranza esta postura, frente a quienes opinan que la influencia de las TIC en nuestras vidas y su entorno virtual no afecta sustancialmente a las vivencias de contactos con los otros y la ampliación de nuestras redes personales. En este escenario, Sherry Turkle nos plantea una seria reflexión sobre la necesidad de rescatar la conversación cara a cara, junto a lo que interactuemos en nuestra vida virtual, cuando, entre otros aspectos, destaca que “la cura de nuestras conexiones fallidas en nuestro mundo digital es hablar”. La conversación no solo promueve la empatía, sino que, “al hablar con los demás aprendemos como hacer más productiva nuestra soledad”. Independientemente de la postura que asumamos en este debate, el hecho es que en nuestras vidas cotidianas “el deseo de comunicar crece a medida que son rechazadas las comunicaciones fáciles, irrisorias”, como expresa Georges Bataille. Y en estos periodos de confinamiento por un estado de alarma provocado por la pandemia del COVID-19 la falta real de contacto social con otros (amigos, vecinos, colegas, etc.), la falta de conversación cara a cara, puede traducirse en una particular “hambre de piel” no prevista ni deseada.

Ciertamente, aquellas personas que conviven en sus domicilios con otros familiares o amigos tienen a su favor la posibilidad real de contactar físicamente con ellos, por lo que esta condición no debería implicar las sensaciones nefastas de los síntomas citados, a diferencia de quienes viven solos que pueden sufrir más estas distancias sociales. No obstante, ello no evita que en muchos casos exista, entre quienes residen con su familia, una clara nostalgia por reunirse con otras personas significativas más allá del círculo familiar próximo.

En estos periodos de confinamiento, las medidas habituales para superar esa posible situación vital de “hambre de piel” que supone abrirse a algunos contactos con otra gente como masajistas, peluquería, instructores de gimnasios, clases de baile, etc., no se pueden efectuar, salvo las compras básicas de alimentos o en farmacias, que tampoco permiten contacto piel a piel. La alternativa la vivimos en un “como si”, para lo cual las aplicaciones informáticas, nuestros dispositivos, Internet y la televisión constituyen mecanismos facilitadores. Quienes conviven con otros pueden experimentar paulatinamente las diversas sensaciones y nuevas experiencias que conlleva profundizar y disfrutar del contacto piel a piel con sus familiares, otorgar un nuevo sentido a las caricias y la presión del tacto. Quienes viven solos (lo que no significa que se sientan en soledad) pueden hacer cosas para simular el tacto, como disfrutar de pausados baños calientes, envolverse en mantas o telas suaves e incluso sostener, jugar o acariciar su mascota, entre otras conductas y estrategias a aplicar de manera consciente o inconscientemente.

Pero, en estos mismos momentos ¿tenemos la confianza total en la inocuidad de estos contactos con nuestros familiares? Después de que finalicen nuestros confinamientos en esta incierta tormenta social que ha provocado la pandemia del COVID-19, ¿Cómo vamos a abrazarnos?  ¿Con qué seguridad y confianza vamos a proceder a tocar o achuchar a nuestros seres queridos y familiares si viviremos con la sospecha de poder contagiarles a ellos o bien, que puedan ellos contagiarnos a nosotros? Y, fuera de nuestro núcleo familiar más estrecho, ¿Cómo vamos a proceder con nuestros/as amigos/as y compañeros/as de trabajo?

Las decisiones que se adoptan desde el poder político para hacer frente a esta pandemia son claves para evitar una saturación del sistema sanitario. Y habrá que otorgar un tiempo prudencial hasta que se logre la denominada situación de inmunidad de grupo colectiva suficiente (entorno al 60% de la población, como mínimo) para mantener a raya la evolución de los contagios, junto a las futuras vacunas. Sin embargo, quizá debamos ocupar algo de nuestro tiempo de recogimiento domiciliario para pensar cuáles serán las claves que determinarán las interrelaciones sociales cara a cara en el futuro, las definiciones de una nueva biopolítica cuya estrategia se apoye al máximo en la naturaleza humana, conscientes de que los cambios tecnológicos, económicos y ambientales se aceleran a una velocidad insólita, y afrontar un estilo de vida que va a ser muy distinto a lo que habitualmente disfrutábamos.

El equilibrio entre un mayor control tecnológico de nuestras vidas y la libertad de movimientos y el ejercicio de derechos fundamentales va a suponer un novedoso marco de discusiones sobre medidas legales, normativas y coercitivas que tendremos ya que aventurar colectivamente con decisión firme. Pues entre las consecuencias de esta pandemia, no solo contemplamos una sociedad cuya conducta es potencialmente vigilada por sus huellas tecnológicas mediante el seguimiento de los dispositivos móviles, a ello se añade (por poner un ejemplo) otras formas de comportamiento social indeseable que se observa en la singular vigilancia del vecindario que, ya con razón o sin ella, increpa o bien graba a quienes circulen por las calles durante el confinamiento, aún sin conocer las circunstancias personales o familiares que les obligue a hacerlo. Un caso más de comportamiento social intolerante o irrespetuoso frente a la convivencia que puede acentuarse en el futuro.

Si algo aprenderemos de esta crisis sin duda reside en la evidencia de que nuestro escenario social y estilo de vida no será igual que lo vivido hasta ahora. Hemos optado por recluirnos en un confinamiento por miedo, más allá de las decisiones gubernamentales, pues, a diferencia de lo que sucedió con el ébola o el VIH SIDA, que supuestamente afectaba a determinado tipo de poblaciones, este coronavirus puede extenderse a cualquiera, en cualquier parte del mundo mediante una leve exhalación. Pero lo que en verdad tememos es desconocer el rumbo de salida: si lograremos afianzar nuestro papel de ciudadanos activos en la gestión mutua de la escasez de medios que se avecina para los próximos meses, o bien, si se consolidará un sistema capitalista que vigile de forma intensiva la potencialidad y variedad de las acciones colectivas mediante el control tecnológico. La dicotomía entre seguridad frente a ejercicio de la libertad y los derechos civiles puede quedar subsumida en un marco legal y policial indeseable. La combinación entre disciplina en los estilos de vida y nuestra libertad de pensamiento y acción emerge como un nuevo reto.

Estas cuestiones me suscitan más ideas y reflexiones, una de ellas la comento en la siguiente entrada:
Una idea de abrazo global para después del confinamiento.

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