La empresa visual Martínez Blaya
por: Gabriel Navarro

El Museo Regional de Arte Moderno de Cartagena nos ofrece hasta el 5 de marzo (29 de enero) la imprescindible exposición «Estudio Martínez Blaya. Tres generaciones de fotógrafos«, una muestra que refleja el trabajo de tres generaciones de fotógrafos cuya producción conjunta constituye un documento histórico fundamental de Cartagena desde la apertura del estudio en 1932.

La creación de imágenes de los profesionales que han formado parte de la historia del Estudio Martínez Blaya constituye una muestra de la pasión por la realidad cotidiana que nos circunda, es como si cada persona o escena fotografiada nos transmitiese la sensación de que esas expresiones en los rostros y en las posturas, esa impronta de los edificios e infraestructuras captadas con su dura belleza, manifestase el justo momento vital, sin mensajes secundarios ni retóricas que alteren su esencia o su materia.

La sencillez de su simbolismo no se distancia de la ternura que nos sugiere un sujeto o la crudeza de un entorno industrial o laboral, de los estibadores del puerto o de una pretérita estación de tren.

Ni tampoco escapa de la atractiva composición jugando con las formas y colores de una mirada detallista más contemporánea para denotar las brillantes virtudes y cualidades metálicas y funcionales de un objeto o de una herramienta, en el contexto más reciente de la fotografía publicitaria.

La Pentax K1000 del Estudio Martinez Blaya


Lo que más nos sorprende es el reto que han enfrentado los profesionales que han dejado su huella en el Estudio de Martínez Blaya a la hora de reflejar la realidad cotidiana y, en cierta forma, una esencia de la intimidad ya sea de un colectivo de trabajadores, de un grupo familiar o de un individuo, que han sido protagonistas en su época respectiva de sus ritos de paso, de un reconocimiento social o de la afirmación de su autenticidad como sujetos; las vías y escenarios las encontramos bien a través de la celebración de una comunión, una boda o de un bautizo, o en una fiesta, o también desempeñando labores en el campo o en la fábrica, superando en todos esos casos la mediación particular del propio fotógrafo frente una puesta en escena exigida por los gustos y modas cinematográficas de cada época. Una tarea nada fácil, sin duda.

Y a pesar de lo anticuado que nos parezcan algunos de esos estilos de composición, dada nuestra inmersión en un mundo acelerado de imágenes furtivas que nos dificulta contemplar el detalle apacible de lo real, sin más pretensiones, es mirándolos con paciencia cuando debemos considerar la naturaleza del autor de cada mirada, de su dominio artesanal en cada composición, justo en el momento de presionar el obturador de la cámara. El inmenso valor documental de estas tomas se ve atravesado por la emoción de quien domina la técnica cuando pretende captar un tiempo de las vidas de la gente. Lo que comprobamos en esta empresa visual de Martínez Blaya es que, a lo largo de todos sus años de existencia, han transitado verdaderos profesionales de la fotografía.

Cuando tenía 18 años de edad, acompañado de mi padre, llegué al Estudio Martínez Blaya en la calle Jara para comprarme una cámara de fotos que me permitiera ir más allá de las tradicionales Kodak Instamatic de la época, o de lo que admitía una vieja Werlisa que utilizaba mi madre. Antonio López y su hermano Pepe me enseñaron varios modelos pero después de preguntarme qué es lo que sabía de fotografía, me eligieron ellos una Pentax K1000, una réflex casi recién salida al mercado si no recuerdo mal, destacando sus potenciales virtudes. Antonio me dio las instrucciones básicas para su manejo y Pepe me indicaba los tipos de carretes de película más adecuados para cada tipo de toma. Para mi fue todo un mundo nuevo y apasionante que me deslumbró en mayor medida al pasar al interior de su tienda donde se encontraban el diverso material de revelado, las ampliadoras, los focos, telas para fondos y demás utensilios. O algunas singulares fotografías como la de aquél bailaor del Teatro Argentino en una pose que daba la sensación de que iba a saltar de su marco. Pero entre las cosas que más recuerdo de ellos de aquél momento aparece una cuestión clave, una premisa esencial para cualquiera que se asoma al mundo de la fotografía: «Nene ¿tú qué quieres hacer?». Ante una respuesta juvenil dubitativa, la siguiente sentencia fue: «lo que vayas a fotografiar hazlo con atención, prepara bien la cámara, pero tiene que ser algo con lo que disfrutes».

Para muchos aficionados al mundo de la fotografía como yo, visitar el Estudio de Martínez Blaya suponía una amable inmersión en un arte que, a pesar de su actual vulgarización en muchos casos, nos atrapa con especial intensidad y devoción. Y esto se lo debemos a sus profesionales y a su huella en la historia visual de Cartagena que nunca se perderá en nuestra memoria.

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