La sustancia de una ilusión: FOLITRAQUE
por: Gabriel Navarro

“Para dominar lo que está afuera es preciso hacer cosas, no solo pensar o desear, y hacer cosas lleva tiempo. Jugar es hacer.”
D. W. Winnicott

Cuando recuperamos partes de nuestra infancia, de nuestras ilusiones ociosas de la niñez, mediante la recreación de objetos y la reconstrucción de toda clase de cachivaches e ingenios, sorteamos el matiz maduro y condenadamente adulto que de su misma rememoración efectuamos mediante la escritura.

Aquí emerge el reto de un gran artista: mostrar los avatares de su imaginación creadora, ya larvada en su niñez, y reiniciada en su observación de la inventiva lúdica de los niños de tierras lejanas que reciclan y recrean, a partir de materiales y supuestas piezas inútiles, sus propias ideas de la diversión y del aprendizaje del mundo.

Ángel Haro nos enfrenta a un conjunto de artilugios y cacharros dignos de toda una vida de juegos infinitos en su exposición “FOLITRAQUE (Los juguetes del fin del mundo)” que se ofrece en la sede de la Fundación Pedro Cano de Blanca. El artista nos confiesa que «Un detonante ha sido el ingenio de la infancia en África a la hora de crear sus propios juguetes,…”, pero más allá del estímulo visual de sus viajes y del contacto con esas gentes, emerge con fuerza la creatividad germinada en su propia infancia.

Folitraque. Obra de Angel Haro. Foto Gabriel Navarro


Un “folitraque”, (término que no existe en el diccionario de la RAE), es la palabra que usaba su abuela para designar todos esos chismes y cacharros que vamos apilando desordenadamente en nuestras casas, aquéllas cosas inútiles que nos cuesta desprender pero que en algún momento deben desaparecer. ¿Podría tratarse de un galicismo derivado del término francés “fol truc” (traducible por: cachivache loco ó, cosas locas)? Los «cachivaches locos» de Ángel Haro nos impelen a jugar casi sin límites, en ciudades, poblados y escenarios antiguos y ulteriores, con animales y fieras de muy diversa clase, con naves prehistóricas, modernas y del futuro, donde la suerte de ídolos elaborados son convertibles en iconos de una infinidad de roles diversos que cada niño, cada uno de nosotros, puede usar para manejar jocosamente los dramas de nuestras batallas. La estética cuidada en su construcción respetando la naturaleza de los materiales, no impediría transformarlos tanto física como imaginativamente. ¿Hay algo más creativo?

Folitraque. Obra de Angel Haro. Foto Gabriel Navarro

La importancia del juego reside en que nos permite desarrollar diferentes estados de ánimo, fomentar nuevos conocimientos, asombrarnos a nosotros mismos con nuestras propias conductas y con las que nos muestran los demás, aprendemos a tolerar y a competir y cooperar sanamente. Ya Platón manifestaba: «El juego es un factor determinante en la formación del ciudadano perfecto». No creo necesario detallar aquí el valor fundamental que posee el juego en el desarrollo de la infancia. Aunque uno de los datos que nos sorprenden es que los arqueólogos e historiadores demuestran que “Los juegos y los juguetes que se utilizaban hace 2.000 años son prácticamente los mismos que los utilizados durante el siglo XX”. Junto a ello, nos debe preocupar el hecho de que históricamente la infancia es invisible, no forma parte de las crónicas tradicionales al igual que la vida doméstica.

Folitraque. Obra de Angel Haro. Foto Gabriel Navarro

Edificar estos cachivaches, como logra Haro, es rescatar en gran medida los juegos tradicionales ancestrales y la imaginación de toda esa infancia invisible de tantas partes del mundo -y de nuestro entorno más próximo- que ofrece, a partir de casi nada y de materiales pobres y desechables, una vitalidad monstruosa frente a la inmersión tecnológica.

Folitraque. Obra de Angel Haro. Foto Gabriel Navarro

Estos “folitraques”  también me recuerdan las originales ideas de D. W. Winnicott cuando en su obra “Realidad y Juego”[i], nos expresa que lo importante no es solo el objeto sino la enorme variedad de escenas (y sensaciones) que puede provocar su uso. Decía que su estudio era “la sustancia de la ilusión, lo que se permite al niño y lo que en la vida adulta es inherente en el arte, la cultura o la religión, pero que se convierte en el sello de la locura cuando un adulto exige demasiado de la credulidad de los demás cuando les obliga a aceptar una ilusión que no les es propia”.[ii] Para este psicoanalista la vida no sólo transcurre entre una realidad interna de nuestra mente  y una realidad externa de los otros, del mundo exterior.

Folitraque. Obra de Angel Haro. Foto Gabriel Navarro

Su tesis defiende una zona intermedia de la experiencia que no pertenece exclusivamente a la persona o al mundo externo. En esa zona lograríamos serenar nuestras tensiones y mantener separadas e interrelacionadas la realidad interna y la exterior. En ese espacio indeterminado, “Los objetos y los fenómenos transicionales pertenecen al reino de la ilusión que constituye la base de iniciación de la experiencia”. La mayoría de elementos que forman parte de esta exposición de fantasía, tienen la posibilidad de ser para nosotros un objeto transicional tal y como lo define Winnicott, van más allá de un mero juguete. Nos procuran un tránsito hacia épocas, personajes y aventuras de trayectorias tan imprevistas y al mismo tiempo, verosímiles, que podemos fusionarnos mentalmente con ellos, repudiarlos, aceptarlos de nuevo, destruirlos, modificarlos y revivirlos bajo un control mágico.

Folitraque. Obra de Angel Haro. Foto Gabriel Navarro

¿Qué pensamos cuando nos preguntan sobre el juego? Nos remontamos mágicamente a otros mundos, o a épocas pretéritas o intemporales donde casi todos los sueños se pueden convertir en realidad, donde tocamos apenas por momentos la esencia de nuestro ser, sin máscaras ni artificios que oculten nuestra personalidad.

Folitraque. Obra de Angel Haro. Foto Gabriel Navarro

El cuaderno de viaje del artista, pergeñado en sus tránsitos singulares por África y la India, y cuyos trozos reconstruidos en esta exposición son mucho más que un síntoma, creo que no está cerrado. El artista nos hace transitar amablemente por los lindes del Art Brut con unas piezas que abrazamos con la vista sin saber a ciencia cierta cuanto expresamos de emoción y cuanto de locura. Y nos evoca otro pensamiento de Winnicott: “Lo que hace que el individuo sienta que la vida vale la pena de vivirse es, más que ninguna otra cosa, la apercepción creadora”. [iii]

Folitraque. Obra de Angel Haro. Foto Gabriel Navarro

Les sugiero, si quieren experimentar de verdad, que realicen dos visitas a esta exposición. Una ustedes solos o con amigos y, la siguiente, acompañados de sus hijos o de sus sobrinos, o de algún otro niño o niña que algún amigo o familiar tenga la amabilidad de prestárselos. Ya verán lo que sucede. Estén atentos a todo lo que acontece, a sus preguntas, a lo que tocan, a cómo lo tocan y dejan de tocar, sí es que se puede tocar (claro). Podrían verse arrastrados, con los chiquillos, a hacer lo mismo.

Folitraque. Obra de Angel Haro. Foto Gabriel Navarro

Les confieso que toqué unos cuantos folitraques. Ya sé que no es del todo correcto. Pero, no lo pude impedir a causa de la sustancia de mi ilusión.

Folitraque. Obra de Angel Haro. Foto Gabriel Navarro

Folitraque. Obra de Angel Haro. Foto Gabriel Navarro

Folitraque. Obra de Angel Haro. Foto Gabriel Navarro

Folitraque. Obra de Angel Haro. Foto Gabriel Navarro

Folitraque. Obra de Angel Haro. Foto Gabriel Navarro

Folitraque. Obra de Angel Haro. Foto Gabriel Navarro

Folitraque. Obra de Angel Haro. Foto Gabriel Navarro

Angel Haro - Foto Gabriel Navarro Angel Haro – Foto Gabriel Navarro

Con Angel Haro. Foto Javier Lorente
Ana Fructuoso, Angel Alcántara, Patricio Hernández, Ángel Haro, Gabriel Navarro, Ángeles Romero, Lola Pardo.
En la inauguración de la Exposición FOLITRAQUE (23/11/2013). Fotografía: Javier Lorente

REFERENCIAS:

[i] Winnicott, D.W. (1979): “Realidad y juego”. Ed. Gedisa. Barcelona (original de 1971)
[ii] Winnicott, D.W. (1979): pág.: 19
[iii] Winnicott, D.W. (1979): pág.: 93
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