Medea a la vuelta de la esquina
por: Gabriel Navarro

«La leyenda del amor, desvelémosla y el mundo aparecerá devastado.»
Mi amor desgraciado

Al enfrentarnos a una muerte por homicidio que antecede e inicia la historia de una novela nos embarga la inquietud de saber como acontecerá su relato de forma que le dé sentido, ya sea por la maldad o bondad de quien la ejecuta ya sea por la singular naturaleza de quien la sufre. Tales comienzos, sin duda, atraen y constituyen elementos habituales en la novela negra o de misterio otorgándole un carácter propio. La sorpresa irrumpe al comprobar que la muerte de inocentes no responde a otro misterio que a un modelo erótico y vehemente de ser amante, de mujer dominada por su deseabilidad que lucha atrozmente por verse liberada de una extraordinaria pasión no correspondida, quien se enfrenta a un delirio de perfección en un amor supuesto sin límites, en el sentido que nos recuerda Kristeva [i]: “… el amor solo es sublime cuando se acuerda de lo divino: de la perfección.”

En la impactante novela de Lola López Mondéjar “Mi amor desgraciado” (Ed. Siruela),  la amante perfecta, sumisa y voluble al abanico de fantasías del amado relata con parsimonia, con lenguaje directo y una suerte de lógica de lo inevitable, su tránsito de la felicidad idílica al drama del asesinato de sus hijos en una búsqueda de su identidad, de su diferencia con el otro que no le corresponde, con una personalidad que se desvanece conforme nutre sus gestos más allá de la venganza.  ¡Tanto puede pesar en una decisión autodestructiva la “infinitud del goce” que hablaba Baudelaire!

«Mi naturaleza está hecha de tal manera que cuando me siento contrariada soy incapaz de expresiones afectivas»

Mi amor desgraciado



La autora del crimen, Hélène, es nuestra Medea del barrio de al lado, o la vecina del edificio de enfrente. Otra mujer (sin nombre) la escucha pausadamente y busca también, en su huida a un territorio distinto con un simbolismo especial como es París, un escenario que le permita encontrarse con su identidad y su autonomía que, como madre y esposa, estaba enmascarada. En su perplejidad inicial manifiesta: «No sé por qué me siento ligada a ella de algún modo que no acierto a comprender. Ligada a su debilidad.»

En el relato mítico, Medea proporciona a su amado Jasón los ungüentos y las instrucciones que le permitirán superar las quiméricas pruebas que el rey Eetes exigió para conseguir el vellocino de oro. Hélène ofrece a su marido todas sus habilidades sexuales, complacientemente, con la única misión de satisfacerle y ser reconocida y amada en esa relación. Gracias a su dedicación plena, su amor desmedido, su pareja puede desplegar feliz su carrera profesional.

Abandonada por Jasón, Medea no tiene modo de volver a su país, se da cuenta de que está sola y, para lograr salir adelante, tiene que eliminar aquello que representa su vulnerabilidad, es decir, los atributos femeninos, cuya prueba más contundente son los hijos. [ii] Hélène comprueba con abatimiento que el hecho de dar hijos a su marido, con la intención de satisfacer su deseo de paternidad, obstruye su papel de mujer amada: «El poco tiempo que pasaba en casa era para ejercer de papá. No me deseaba,…., sin embargo mi deseo crecía» . Para ella no había mayor expresión de feminidad que disfrutar y sentirse amada por su pareja. Convencida efusivamente de hacer «Cualquier cosa para no serle indiferente.»

Pero el cambio provocado por la irrupción de sus hijos en su vinculo amoroso desvela en ella una vulnerabilidad no imaginada. «Si, fueron ellos quienes despertaron mi odio.» Y consciente de su drama alerta en ella otros pensamientos que alimentan sus intenciones: «Soy más inteligente cuando odio, todo el mundo lo es.»

En su obra clásica, Eurípides hace exclamar a Medea: “Si eres considerado superior, por poseer conocimientos variados, parecerás a la ciudad persona molesta”. Héléne no muestra, aparentemente, una sabiduría especial. Sus conocimientos ponen el foco en las virtudes del goce y habilidades sexuales, y ello constituye tanto su poderío ante su pareja, como su inevitable y extrema dependencia. Pero creo que en su ritual cotidiano ella comulga con otra sentencia del poeta griego “El amor verdadero nunca ha temido a nadie.”

Medea representa una figura femenina, que incluso trasciende la fantasía masculina de la mujer como encarnación del mal, siendo ella presentada también como una mujer autónoma y una madre poderosa. [iii] Su nombre tampoco parece casual, la instituye singularmente en el mito. Algunos eruditos traducen como “sabia” el nombre griego μήδεια, el cual provendría de una raíz del indoeuropeo “md”, raíz que designa toda actividad propia de la mente, y de donde surge el verbo medomai, μήδομαι (pensar). Pero también es la forma poética de un pronombre indefinido (μηδεί, μηδεμία, μηδέν) (medeís, medemía, medén) que significa nadie, ninguno, nulo, sin importancia. [iv]

Medea aparece como una personificación de las fantasías masculinas que se transforman en el escenario en imágenes utópicas sobre la feminidad. La incógnita nos estalla al reflexionar si el carácter de bruja o hechicera se le otorga a Medea en la mitología como un aspecto previo a su crimen o, sin embargo, se le atribuye por el hecho mismo de haberlo consumado y no entenderse, conforme a los preceptos morales imperantes, que una mujer cuerda, comprometida con el rol que la sociedad espera de ella, sea capaz de cometer semejante crimen.

A diferencia del mito, según el cual, concluida la venganza Medea se eleva por los aires en el carro del Sol y sale impune de sus crímenes, nuestra protagonista queda en el hueco de la nada, consagrada en su independencia recluida en la celda. Hélène [v] manifiesta en su desenlace: «Yo vago en la eternidad del no tener nada que hacer, del no ser nada» (medeís). Y nos recuerda la frase de C. Wolf [vi] : “El amor se ha roto, y también el dolor ha cesado. Soy libre. Sin desear nada escucho el vacío que me llena por completo.”

Lola López Mondéjar parte de una premisa radical e iconoclasta que pone en boca de su protagonista: «El amor no es más que la mística de las necesidades, el disfraz de las insuficiencias, la mentira que encubre nuestra desprotección.” Frente a esta idea Julia Kristeva [vii] nos cuestiona su comprensión: “Los síntomas del amor ¿serán los síntomas del miedo? Miedo-deseo de dejar de sentirse limitada, retenida, de pasar al otro lado.” En dicho territorio de incertidumbre amorosa ambas protagonistas de la novela se juegan su identidad, a pesar de que una de ellas nos sacuda con esta sentencia: «La identidad es sólo una ficción que nos tranquiliza».

En ese juego de identidades en busca de autonomía, ¿En qué medida la escucha detallada y atenta de este crimen alivia el propio sentimiento de culpa que cualquier mujer pueda sentir en un momento de su vida en sus actitudes afectivas contradictorias frente a sus hijos?

«No preciso la mirada de nadie para reconocerme en ella, busco únicamente mi propio reconocimiento. Y no sé si eso es posible. No sé nada, sólo que cada uno de mis poros añora esa soledad radical, el alejamiento del mundo de los hombres. Pero dudo.»

En la Grecia antigua estaban delimitadas las funciones y derechos de la mujer dependiendo de la categoría a la que perteneciera: Había tres categorías de mujeres: hetairai, pallakai, y gynaikes, es decir, cortesanas, concubinas y esposas: las cortesanas están para el placer, las concubinas para las necesidades cotidianas, las esposas para tener descendencia legítima y ser fieles guardianas del hogar. [viii] Hasta hace bien poco, esas categorías se han mantenido como referentes en el acervo cultural y en el imaginario de muchas sociedades. Hoy en día, las categorías que aparecen con enorme dificultad de conciliación son las de amante, madre y profesional. Y sobre ello rezuma esta novela.

Como dice Roxana Hidalgo [ix], la supuesta tendencia de la mujer a una dependencia extrema del hombre, su necesidad urgente de reconocerse en el amor y la disolución de la feminidad en la maternidad, aparecen como imágenes mitificadas, en las cuales lo femenino se ve confrontado con la imposibilidad o gran dificultad de realizar un proyecto de vida propio.

Y, ¿De qué forma podemos afrontar los hombres esta conducta monstruosa ineludiblemente sancionable, aun entendiendo sus procesos en esa imposibilidad de feminidad diferente, deseada, independiente de las ataduras hogareñas tradicionales?  Ante esta figura tanto mítica como potencialmente vecinal ¿qué arquetipo utilizaremos? ¿Nuestra alternativa arquetípica podría ser la del mito de Sísifo? Sísifo no quería morir y nunca morirá, pero a cambio de un alto precio impuesto por los dioses, y no descansará en paz hasta pagarlo empujando esa piedra enorme por la ladera empinada, sin conseguir nunca colocarla en la cima.

La maternidad y la vida familiar empiezan, lentamente, en la cotidianidad, a coexistir con los espacios de trabajo de la mujer en el mundo público, para dejar de presentarse como espacios sociales irreconciliables o contradictorios. [x] Sin embargo al final lo sustantivo en nuestras vidas y en nuestras relaciones amorosas es que «Los deseos se sustituyen unos a otros sin descanso cuando creamos el hábito de tenerlos, de cuidarlos y realizarlos. Abandonados, mueren de inanición en una anorexia muda que los aniquila uno a uno,…»

Las reflexiones que me suscita esta novela de Lola López Mondéjar, la fluidez y profundidad de su relato y las variadas lecturas que me invita a visitar para disfrutar en sus párrafos y confrontar ideas, es de las experiencias más estimulantes que he tenido últimamente. En contra de lo que pueda sugerir una visión rápida de los textos de la solapa de esta obra, no es un libro sólo para mujeres. Los hombres, los varones, los machos, tienen que leerla y comprobar en el alma de sus neuronas que quizá Sísifo no está muy distante de nuestras reacciones plausibles, entre otra suerte de arquetipos necesarios para reubicar nuestro rol de amantes, maridos y padres.

Por que, entre otras cosas, la pendiente de la roca a la que nos enfrentamos se traducirá también en como convivir, amar, seducir, desear, gozar, tolerar, apoyar, conversar  y compartir al encontrarnos a esa mujer, Medea, a la vuelta de la esquina.

Delacroix probablemente lo superó al representar en sucesivos cuadros a esta figura mitológica de mujer, declarando:

«Lo esencial está dicho»

REFERENCIAS:

[i] Julia Kristeva: “Historias de amor” Ed. Siglo XXI, 1987
[ii] V. Peinado Vázquez: “Razones y sinrazones del infanticidio de Medea.” En: Nómadas. Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas | 32 (2011.4)
[iii] R. Hidalgo Xirinachs: “La Medea de Eurípides. Hacia un psicoanálisis de la agresión femenina y la autonomía.” En: Subjetividad y Cultura. No 19 Abril 2003
[iv] V. Peinado Vázquez: Idem. anterior
[v] Helena, es el nombre que tiene, en la Odisea de Homero, la fiel esposa de Ulises que va tejiendo y destejiendo diariamente un vestido para dilatar la espera de la vuelta de su esposo y evitar tener que casarse con otro.
[vi] Christa Wolf: “Medea” Ed. Debate, Madrid, 1996
[vii] Julia Kristeva: Idem. Ant.
[viii] V. Peinado Vázquez: Idem. anterior
[ix] R. Hidalgo Xirinachs: Idem. Ant.
[x] R. Hidalgo Xirinachs: Idem. Ant.

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