Todo contra todos
por: Gabriel Navarro

Diariamente nos indignamos con las sucesivas noticias de una sociedad indeseable que estrangulan nuestras limitadas expectativas de satisfacción personal ante la incertidumbre. Pero su crudeza nunca superará en malestar a quienes han perdido su trabajo o deben emigrar para conseguirlo, quienes pierden la ayuda de asistencia para la dependencia, quienes sufren la merma de la sanidad y la educación pública o quienes pierden su vivienda de toda una vida.

Ante ese cúmulo creciente de adversidades intentamos buscar una respuesta práctica o, en su defecto, localizar una forma de evadirnos, por breves momentos, pensando en otras cosas, pues no somos responsables de este desastre importado. Las vidas truncadas que se muestran en los medios alimentan la toma de conciencia del drama social pero, en otros casos, se convierte en un relato de amenazas que aterroriza y que nos lleva a expresar: “¡que no me toque a mí!

Esta crisis disparatada se refuerza en la estrategia de distribuir miedo, no sólo pobrezas. Y consigue que lo complejo y casi inabarcable de los acontecimientos, no permita una respuesta global satisfactoria del conjunto de la población. Disponemos, según B. Ortín de mucha información,, pero esto no nos genera mayor libertad de pensamiento, sino más desasosiego. Confiamos en dominar nuestro pensamiento libre pero ello no es tarea fácil, deberíamos ser capaces de manejarnos dentro de la contradicción paradójica. Y ello implica tener al menos tres alternativas de conducta. Es decir, de manejar la defensa de una posición, de defender la contraria y la consecuencia dialéctica entre ambas. Pero lo que se nos expone cotidianamente provoca contradicciones fragmentadas que oscilan entre dos escenarios de conducta muy distintos.

IMGP4768 por Gabriel Navarro Carretero


Por un lado, el ejemplo de multitud de comportamientos sociales de apoyo popular a los necesitados, como es el caso de los desahuciados, con hechos singulares añadidos de posturas inauditas en nuestra historia entre instituciones públicas, como fue la declaración del SUP el año pasado respaldando a los policías que se nieguen a participar en desahucios, o los recientes comunicados de sindicatos de los bomberos acogiéndose a lo marcado por la ley respecto a su función, o el informe de los Jueces Decanos sobre los abusos cometidos por el sector financiero en los contratos hipotecarios.

De otro, conductas de evitación o muy polarizadas, cuando, al no encontrar una respuesta sencilla a este mundo complejo, simplificamos al máximo identificando al “otro” como el causante del propio infortunio. Así, algunos vociferan que la falta de puestos de trabajo es culpa de los inmigrantes, los autónomos y pequeños empresarios echan la culpa al supuesto exceso de funcionarios, algunos parados recelan de la suerte de quienes tienen trabajo, los jóvenes critican a los mayores que ocupan los puestos disponibles de no preocuparse en frenar su desaparición, los más mayores abominan de los jóvenes que les sustituyen en sus trabajos, con salarios asiáticos, poniendo en un brete su propia continuidad en las empresas. Hay madres que envidian la suerte de sus vecinos con hijos trabajando. Y padres quejándose de quién les recomendó invertir en la educación superior de sus hijos para soportar después años continuados de paro. Los grandes empresarios acusan a los sindicatos de no adaptarse a los nuevos tiempos, cuando muchas de las medidas que proponen aquéllos son de siglos pasados, y mientras los sindicatos se distancian y sospechan de la capacidad dinámica de los nuevos movimientos sociales que ellos no han sabido capitalizar. Emprendedores que acusan a la administración pública del exceso de gasto, sin reconocer que el aumento del gasto social incide en el desarrollo económico del país. Y los partidos políticos, extraviados en sus dialécticas habituales, desconfiando de cualquier iniciativa ciudadana que ponga en cuestión su razón de ser. Etc.

La estrategia es clara, ante el agobio de la situación y nuestra impotencia si enfocamos el odio y la desconfianza en “el otro” apuntado por los poderes como culpable, lo asignamos como causa de nuestra desgracia y controlamos mejor nuestra angustia personal. Nos cuesta menos que reflexionar sobre las verdaderas causas de este fraude económico y político que soportamos y pensar en sus alternativas. La habilidad de quienes han diseñado este modelo de mercado consigue que se lance lo negativo de todo contra todos, para impedir que nuestras acciones conviertan la reacción contundente de todos contra todo lo que ha generado esta crisis de incierto final.

Hay que aprender a gestionar la complejidad de manera que no se convierta en algo paralizante y asumir, como dice Jorge Reichman, que debemos hacernos cargo de asuntos que nos sobrepasan, en situaciones para las que no estamos preparados. Esa complejidad no podemos abordarla si no participamos con los otros y olvidamos, por falta de práctica, el provecho mutuo de la participación ciudadana.

Los ejemplos participativos sirven para crear una identidad colectiva movilizada al asumir nuestra pertenencia grupal, identificar el/los responsable/s de este engaño social y entender la gravedad de la situación, cambiando nuestros simples razonamientos habituales. Esa participación colectiva nos permite comprender que los millones que se llevan de estraperlo a paraísos fiscales se detraen de los ingresos públicos que afectan a la sanidad y la educación. Nos posibilita defender mejor la necesaria transparencia frente al oscurantismo del capitalismo financiero. Distinguir entre quienes son corruptos y quienes no. Y destacar a quienes ejercen modélicamente la función política, la judicial, la actividad empresarial, la de cualquier profesión y la de ciudadanos libres. No podemos quedar presos del malestar, por eso es importante disfrutar del bienestar que nos produce cooperar y actuar con los demás. E implicarnos paulatinamente en un papel de corresponsabilidad en la gestión de los asuntos públicos, si no los individualismos y los más diferentes corporativismos, nos llevarán inevitablemente a la insostenibilidad.

No hay recetas únicas sobre cómo actuar ante lo incomprensible del entorno y superar la soledad. Desde la psicología nos enseñan que, al enfrentarnos a situaciones paradójicas, los breves estados que surgen de confusión mental son idóneos para aprender algo nuevo. Nos recomiendan, por ejemplo, que cuando relatamos una metáfora de alguien que está sufriendo, no nombremos el problema, centrémonos en la solución o en aquellas cosas que tienen que ver con cómo se ha generado el problema.  Al hacerlo y compartirlo con otros puede emerger lo que decía E, Canetti: «En la aparición de la masa acontece un fenómeno tan enigmático como universal: irrumpe súbitamente allí donde antes no existía nada. Puede que algunas personas se agrupen, cinco, diez, doce, no más. Nada se había anunciado, nada se esperaba. Más, de repente, todo está repleto de gente«.

(Artículo publicado en diario La Opinión de Murcia el 23/2/2013: http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2013/02/23/todo-contra-todos/455484.html )

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