Abrazos gratuitos frente al estupor
por: Gabriel Navarro

“Lo nuevo no está en lo que se dice, sino en el acontecimiento de su retorno.” Michel Foucault

En agosto de 2004 nos asombraba la ternura y la rotundidad de Aurora Sánchez, periodista y escritora que sufrió el asesinato de un hijo durante la dictadura argentina, cuando expresaba que «dar un abrazo a quien lo necesita ya es contribuir con los derechos humanos», al mismo tiempo que mostraba su perplejidad hacia quienes pretenden echar una mano al necesitado sin tener en cuenta sus carencias más graves: «tras un huracán no puedes proponer ayuda psicológica a quien se ha quedado sin casa, sin medios para comer. Primero resuelve sus necesidades básicas y luego ocúpate del apoyo psicológico», nos decía. Ante situaciones de extrema gravedad como son el hambre, la injusticia de las guerras o la explotación infantil, por nombrar algunas, tendemos a resaltar los componentes económicos, políticos, sociales y ambientales que las provocan y, de esta forma, intentamos no perder el punto de mira fundamental hacia donde dirigir nuestra denuncia y nuestra acción como ciudadanos comprometidos. Por eso, una aseveración como la anterior respecto a la importancia de dar un abrazo, puede ser chocante, o despertar insólitamente el lado humanitario que todos poseemos. Más aún, en épocas como las actuales en donde pasamos de la conmoción a conductas de inhibición, bien sea ante catástrofes naturales como terremotos o volcanes de efectos muy dispares entre sí, bien ante situaciones de crisis económica que nos ubica en gran medida en una posición de impotencia, si no de rabia.

No debemos diluir las reacciones de la población y la exigencia de responsabilidades a quienes tienen el poder, la autoridad y el encargo de la sociedad de intervenir en consecuencia para resolver esta clase de problemas. Pero, en pocas ocasiones pensamos que la complejidad y la velocidad de nuestra sociedad actual provoca que se acentúen, entre otras, la falta de contacto humano y las diferencias entre los tipos de organización de los espacios propios que nos llevan a veces a mantener excesivas distancias, llegando al estupor hacia los otros que nos rodean o hacia la abrumadora cantidad de acontecimientos sociales del entorno. Edward Hall estudió las relaciones espaciales del hombre y afirmaba que escogemos una determinada distancia o espacio para relacionarnos con los otros, de acuerdo al tipo de transacción que se lleva a cabo, de acuerdo a cómo nos sentimos o de acuerdo a lo que se está haciendo. Entre los tipos de organización del espacio existe el denominado espacio informal que se refiere a las distancias que mantiene el hombre con los demás, en su mayoría son distancias tomadas de manera inconsciente. Entre ellas encontramos  la distancia íntima que permite percibir el calor, respiración y olor del otro, sería la distancia del amor y de la lucha; la distancia personal que corresponde a la de las personas que no tienen contacto físico entre si,  que nos motiva una conducta de evitación, al retroceder, al volvernos o desviar la mirada cuando sentimos que nuestro espacio personal ha sido violado. Y el espacio socia referido al límite a partir del cual la otra persona no se siente alterada por nuestra presencia; es la distancia de las conversaciones sobre asuntos no personales, de entrevistas en oficinas, en las aulas, etc. La distancia social marca el límite de poder que ejercemos sobre los demás, y, la distancia pública que está fuera de la zona participativa en la cual el sujeto está directamente afectado, corresponde habitualmente a los varios metros que rodean a una autoridad en su aparición pública. Pues bien, este autor señalaba que la interacción entre las cuatro distancias es la dimensión oculta de la sociedad. El espacio tiene un significado psicológico y social, al igual que el concepto de identidad espacial asociado a la participación de las personas en la generación e integración dinámica con los espacios en que viven.

Del manejo que cada uno de nosotros realicemos de estos espacios se deriva en parte nuestra personalidad, pero también, nuestra capacidad de acción y de modificación del entorno. Una campaña protagonizada en 2006 por un solo hombre sacudió en gran medida la concepción excesivamente formal de los espacios mencionados, al romper bastantes prejuicios y maneras de vivir nuestro papel en un espacio abierto como es una ciudad. “Free hugs” (Abrazos gratuitos) fue una polémica noticia de la vida real de Juan Mann, un hombre con apariencia hippie quien portando en sus manos un cartel con la leyenda “FREE HUGS” se dirigía a la gente que camina frente a él, unos sólo lo observan, otros más se acercan y lo abrazan, se trata de un hombre cuya única misión es estirarse y abrazar a un extraño para iluminar su vida, como una emoción súbita de afecto. La noticia aparecida en The Sydney Morning Herald, no ha tardó nada en difundirse masivamente en Internet. Y, lo que empezó como una actuación individual se convirtió en una idea que dio vida a una campaña internacional a raíz de su difusión a través de un videoclip reproduciendo sus muestras públicas de afecto que le otorgó una alta presencia en la página principal de YouTube, el más importante sitio web para compartir videos, registrando en un breve plazo más de un millón de visitas y que, actualmente, se acerca a los 58,5 millones de visualizaciones (https://www.youtube.com/watch?v=vr3x_RRJdd4). En Estados Unidos millones de personas lo vieron por televisión haciendo su campaña, cuando el vídeo fue transmitido en el programa matutino Good Morning America.

No obstante, de lo que nos muestra el vídeoclip, lo más llamativo de esta acción en la calle no constituía el hecho asombroso en sí de alguien que se ofrece para dar un abrazo a quién lo acepte o necesite, lo lamentable fue que, a medida que este símbolo de esperanza humana se diseminaba en la ciudad, la policía ordenó prohibir la campaña Free Hugs. Lo que no impidió que, como se puede presenciar en el videoclip, otros ciudadanos intervinieran para defender la propuesta ¡abrazando igualmente a los mismos policías! El espíritu de esta acción inspira respeto, y hace que la campaña “Abrazos gratuitos” PÁSELE ESTO A UN AMIGO y ¡ABRACE A UN DESCONOCIDO!”, comparta muchos alicientes entre cualquier ser humano.

Alex Rovira nos comentaba en un artículo de 2006 que “se necesitan caricias”: Pocas veces nos paramos a pensar que la vida es un intercambio que se produce a muchísimos niveles, no sólo en lo económico o a través de los procesos de comunicación, sino también mediante los estímulos, los signos de reconocimiento positivos o negativos que recibimos de los demás, sea en forma de caricias, miradas, gestos, broncas, gritos o silencios. Nos mencionaba a Steiner y muchos otros que han investigado los efectos que ejerce sobre el ser humano el crecer y vivir en abundancia o escasez de signos de reconocimiento como las caricias. Y, nos recordaba Rovira, el hambre de estímulos tiene tanta influencia en la supervivencia del organismo humano como el hambre de alimentos. Cuando un ser humano no recibe la cantidad mínima adecuada para su supervivencia, entra en un proceso de enfermedad y muere, y esto puede ser válido a cualquier edad. Pero no sólo sufre quien no recibe caricias, sino también quien no las expresa. En una investigación realizada en 2008 en la Universidad de Stanford se concluye que suprimir la expresión de las emociones conlleva altos costos psicológicos, sociales y de salud. También se asocia a una baja de la inmunidad fisiológica. Y, como era de esperar con sentido común, reflexionar sobre las emociones ayuda a reducir el impacto negativo en el cerebro y en el psiquismo.

Así pues, campañas como la de “Abrazos gratis”. a la que estamos todos invitados a conocer a través del video que añado de YouTube, no sólo constituye objeto de observación de las iniciativas humanas, se convierte en mecanismo de mejora de nuestra salud y en una saludable muestra de movilización social. Si alguien le pide un abrazo por la calle, piénselo un segundo antes de reaccionar y, si lo ha entendido bien, pues abracele, como poco le hará sonreír y quizá será un poquito más feliz para el resto del día o de la semana.

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